El marido de una joven e
inteligente mujer le cuenta a su suegro que quiere poner una estantería en la
pared de la casa, precisamente en la habitación donde trabaja su esposa -porque
la usa de taller para hacer manualidades-, y le dice que para amurarla bien le
va a poner como mínimo veinte tornillos. El suegro le dice: ¡Pero es una
barbaridad! ¿Para qué tantos? Con que le pongas tres tornillos solos alcanza y
sobra. Y él le contesta: ¿Vos querés que yo te diga para qué quiero ponerle
veinte tornillos a la estantería? Muy bien, yo te voy a decir por qué quiero
ponerle tantos tornillos a esa estantería. Le quiero poner veinte tornillos a
esa bendita estantería porque si por una de esas putas casualidades llega a
caer un rayo al lado de mi casa, y ese rayo tira un árbol, y ese árbol cae
sobre el techo de mi vecino, y el techo de mi vecino se viene abajo, y al derrumbarse
su casa, una de las paredes linderas golpea la mía, y al golpearse la pared de
mi casa, la estantería se cae del cimbronazo… mi mujer… –¡tu hija!- me hace un
escándalo y un quibombo más grande que el que causó el rayo en todo el
vecindario.
Así de
divertida comienza esta breve anécdota que
me contó un paciente que conoce a esta persona, y que decidí adjetivar como
“maravilloso”, por las connotaciones fantasmáticas que pueden verse implícitas en
el discurso de este sujeto, ya que gracias a Freud sabemos la importancia que
tiene el chiste en su relación con el inconsciente. Ahora bien, la pregunta de
rigor y que salta a la vista es, sin lugar a dudas, ¿qué es lo que está
tratando de sostener este sujeto cuando habla de querer “sostener la
estantería”?
Veámoslo
pues.
Lo primero que podemos decir porque es muy
evidente es que este sujeto sabe, y sabe perfectamente bien, -aunque, por
supuesto, no concientemente-, es que por más que se esfuerce y ponga toda su
voluntad en amurar esa estantería (ya sea con veinte, doscientos o dos mil
tornillos) esa estantería, irrevocablemente, está condenada a caerse de la
pared. Cuando este sujeto utiliza el modo potencial para decir “por si en una
de esas casualidades llegara a caer un rayo...” lo que está haciendo es
anticipándose a algo que, a todas luces,
ya sabe que va a ocurrir.
En este simpático relato la exageración tiene
una función muy precisa y muy importante, que es no simplemente la de crear el
efecto chistoso, sino la de ayudar a decir algo que, de otra manera, resulta
imposible de poder decirla. En otras palabras: el sujeto de esta anécdota utiliza
un chiste como un recurso discursivo para decirle al suegro lo que,
evidentemente, no puede decirle hablándole en serio. Sin embargo, el sujeto no
sabe que esta hablando en serio cuando construye en su relato esta sucesión de
imágenes graciosas, como un modo de poder decirle al padre de su esposa algo que
es muy importante para él. Y por cierto; sabiéndolo o no, le esta hablando nada
menos que de él, de él mismo y de su hija, que es su esposa, y por supuesto, de
la relación que tienen en sus ya once años matrimonio.
Cuando este sujeto le dice al suegro, “¿vos
querés que yo te diga para qué quiero ponerle veinte tornillos? Muy bien, yo te
voy a decir porqué quiero poner le tantos tornillos a la estantería. Le quiero
poner tantos tornillos por si en una de esas casualidades...” se percibe de
inmediato la intención deliberada que tiene de esconder o de ocultar algo que,
en el fondo, no sabe bien qué es, pero que por alguna razón siente que debe disfrazar
con una construcción circular, peculiarmente graciosa, para encubrir el
carácter dramático que eso pareciera llevar implícito.
Si este relato, que el sujeto construye
especialmente para su suegro –el otro a quien va dirigido su mensaje, pues como
suegro empalma en la transferencia con el lugar de un padre para él- encierra,
por necesidad, un carácter chistoso, es justamente para poder alivianar la
angustia que le provoca reconocerse ante el suegro como impotente. Pues
él mismo reconoce la imposibilidad que tiene para sostener algo que, pese a sus
denodados esfuerzos, sabe que está
condenado a caerse. A fracasar.
Este sujeto apostó al chiste -con la expresa
intención de hablar de su esposa- ignorando
que en el seno de este mismo recurso, que decidió usar para llevar a cabo su
malicia, digámoslo así, se expresaría su propio inconsciente. Lo que este
sujeto nunca imaginó es que el tiro le saldría por la culata, es decir, que al
pretender dejar en falta a su mujer quedaría expuesto él mismo con su problema
con la impotencia (que no es necesariamente la impotencia de su miembro viril,
aunque podría tratarse de esa también). Él creyó que al imprimirle a su
argumento un tono divertido iba a dejar mal parada a la esposa frente a su
suegro -por aquello de lo histérica que se pone cuando él hace algo que a ella
le molesta o cuando él no hace algo que ella quiere que haga- y lo que nunca
supo el pobre –y ni por las tapas alguna vez sospechó- es que fue él mismo
quien quedó al desnudo con este cuentito gracioso y engañoso.
En este relato hay algo del orden de “lo
insoportable” que es muy claro de ver. Pero no sólo en el sentido de lo que no
puede sostenerse, como la estantería, sino también en el sentido de lo que es
“inaguantable”, “intolerable” o “insufrible”, y tal vez sea esta una de las
claves para desentrañar el desliz: lo que este sujeto ya no puede soportar es
a la esposa. Él mismo lo dijo: de no poder soportarse la estantería, mi propia
mujer se volvería insoportable. Pero también está aquí la cuestión de que es
“él mismo” quien lleva todo el peso
sobre sus hombros; él es el que debe soportar a la insoportable estantería,
que, de hecho, es la insoportable de su esposa.
La construcción del relato chistoso le sirve
a este sujeto para deslizar una verdad que no puede decir más que de una manera
dividida o di-vertida (dos vertientes,
dos maneras). No es que con el relato de la
repisa esté encubriendo u ocultando algo del orden de la verdad, es que
él utiliza esta manera para poder decir su
verdad, que no puede decirla frente al suegro, directa y abiertamente. Por
lo que ese “rayo” que él introduce en su narración fantástica, digamos, como el
causante mítico de la caída de la estantería -porque no dijo que podía caerse
por un peso excesivo u otra cosa por el estilo-, el rayo es la imagen que su inconsciente decidió utilizar para
representar algo con el fantasma de su esposa. En el mito griego, ya sabemos,
el rayo era lanzado por la cólera del dios Zeus, que aquí, como vemos
claramente, es la cólera de la divina de su mujer.
Si este sujeto se toma todo el trabajo de
hacer esta construcción simbólica en la que va
haciendo desplazar una serie de imágenes cómicas (donde una imagen hace
caer a la otra, y la otra a la siguiente como en un efecto dominó, y así hasta
llegar a la primera imagen, que es “el
rayo”, enviado desde las olímpicas alturas por su regañona mujer, que logra
voltear a la última, “la estantería”, colocada por el marido), es justamente
para resguardarse de la ira de su adorable mujer.
Porque, como él dijo, el solo hecho de saber que la estantería que le mandó
colocar su irascible mujer no resistió los embates de su ira, ya sería
suficiente motivo para que ella vuelva a enfurecerse... Y enfurecerse con él.
Como decíamos antes, la constante en este
relato es “la caída”, lo que no puede soportarse por sí mismo. De allí el
caracter insoportable de su esposa como una reacción consecuente ante dicha
imposibilidad. Sabemos por la persona que nos cuenta esta anécdota que su
matrimonio está pasando por una de sus peores crisis, y esto explicaría la mala
relación que tiene con su mujer -quien
en este momento se encuentra particularmente susceptible, en especial con cada
cosa que él hace o deja de hacer- sin embargo, es evidente que este sujeto le
está poniendo todo el esfuerzo y la voluntad para tratar de sostener su
matrimonio. Aunque en el fondo sepa que es en vano.
El suegro sabe que con “tres” tornillos es
suficiente, pero al yerno no le alcanzan “tres” simples tornillos –o no cree
que le alcancen-, sino que él va por los
veinte. Pero lo loco es que él mismo sabe que “veinte” tampoco son suficientes,
y que no alcanzan para poder sostener lo
que dice que quiere sostener. Este sujeto sabe con certeza que ni veinte
tornillos ni doscientos tornillos van a sostener lo que no puede sostener tres simples
tornillos, que además, es el número de la estructura y de lo que simbólicamente
aporta solidez. Que es una metáfora de lo que está haciendo él ahora: le está
dando veinte millones de cosas a la mujer y ninguna de ellas parece servir para
satisfacer su permanente y voraz demanda. Podríamos decirlo así: Cada cosa que
le da es un tornillo que se cae. Un esfuerzo que no sirve.
El problema parece estar en que el número
tres no aporta para este sujeto la idea de solidez que sí tiene para el resto de
la gente -o por lo menos para su suegro-. Y la pregunta es, ¿por qué? ¿Por qué
este sujeto no puede encontrar sostén en el número tres, justamente el número
que representa lo que sostiene, en este caso, la estructura familiar? ¿No será que este sujeto nunca llega a
constituir el número tres y siempre se queda con el que ya conoce, que es el
número dos, el número de la pareja, el dos que funciona como uno? No será que
el número tres no lo sostiene porque él es el que no puede sostener al tres?
¿No será que de los “tres” tornillos básicos que debiera utilizar para sostener
la estantería hay “uno” que nunca adquiere la suficiente fuerza y consistencia
que necesita para cumplir la función de sostén, y que, la suplencia de una
infinidad de tornillos jamás podrán llenar el vacío que deja la falta de este
tornillo inexistente, de ese tornillo que nunca llega a constituirse como tal?
Porque es como si quisiera sostener la estantería con un solo tornillo.
Ahora bien. Es simple: para que una repisa
se mantenga firmemente estable, con dos tornillos, uno en cada extremo es
suficiente. Pero si es un poco extensa y se coloca mucho peso, para que no
colapse y se parta por el medio, con un tornillo más en el centro alcanza y
sobra. Y es este “tercer” tornillo en el medio del estante el que decididamente
aporta la verdadera fuerza para sostener toda la repisa. Por eso nos preguntamos si no es justamente este tercer tornillo (el del medio) el que
estaría faltando en el discurso de este sujeto para constituirse como tal la función
del número tres. De ser así, este tornillo que esta faltando, evidentemente no
puede ser otro que el tornillo que le falta a la mujer. Y no lo decimos solamente en el
sentido figurado, cuando le agarra esos ataques de ira ante la impotencia del
marido, sino cuando comprende que si la estantería no se sostiene, como no se
sostiene su matrimonio, es porque hay algo allí del orden de la falta, de lo
que no anda, de lo que falla todo el tiempo. Y lo que falla aquí es ese tercer
tornillo que no puede cumplir con la función de apoyatura, pero no solo porque
no puede sostener a la repisa sino porque no puede sostener a ese sujeto,
porque ése es el tornillo que falta. Y ese “tornillo” que falta para que el
marido pueda sostener lo que dice que quiere sostener no es otro que el hijo
que le falta a la mujer. El hijo (el tercero), el que lograría fundar una
familia (el tres), y tal vez poder sostener mejor su vida conyugal.
Y si falta ese tornillo falta también el
sujeto que
Como podemos ver, ese “tercer tornillo” –el
que alcanza y sobra para sostener la estantería, y que aquí brilla por su
ausencia- es lo que le falta a la mujer y lo que le demanda al marido, el hijo que
podría fundar los pilares de una familia. Pero pareciera que el problema radica
en que ese tornillo -que falta- es
también el deseo con el que no cuenta el marido. Es como el caso del “tercero
excluido”, pero aquí al revés: no es el padre el que queda excluido de la
célula madre-hijo sino el marido que, desde el lugar de hijo, no puede incluirse
como padre (porque ya está incluido como hijo), como el que no puede. Este
sujeto está obsesionado por sostener lo que se empeña en sostener, pero no
puede. Y no puede, porque desde el lugar donde se encuentra, no desea. Así de
simple.
El fantasma de este sujeto crea en él la
obsesiva idea de que, haga lo que haga, la estantería está destinada a caerse
de la pared, porque la “pared” no es otra cosa que el lugar donde se encuentra
el “padre” anagramado (padre-pared). Y así, como no se sostiene la repisa en la
pared tampoco sostiene este sujeto su deseo de ser padre. Y, seguramente,
la incapacidad que encuentra para
sostener una simple repisa este mostrando una imposibilidad real para sostener,
no solo su matrimonio ni su deseo de ser padre, sino también una imposibilidad
para sostenerse él mismo en la vida.
Este sujeto ha decidido construir este
relato inocente, casi infantil, bajo la forma de un mensaje cifrado,
especialmente dirigido al padre de la esposa, como una forma de decirle algo
mas o menos así: “Suegro, si nuestro matrimonio está representado por esta
estantería, y esta estantería colapsa y se parte al medio –porque ella la
derriba- y se cae, nos tenemos que separar.
Porque es tu hija la que no quiere sostener esta relación, y con la
fuerza de un rayo fulminante, intenta todo el tiempo derrumbar lo que yo
ya no sé cómo sostener”. Lo que nuestro
sujeto no sabe -o no quiere darse cuenta- es que es un sólo tornillo el que le
falta a su mujer, Y es justamente ese tornillo, ese hijo, el que pese a todos
sus esfuerzos, y por su posición de hijo, no se halla en condiciones de brindarle como
hombre.
Como vemos, el ingenioso argumento que ha
elaborado en forma de chiste el inconsciente de este sujeto, para deslizar
frente a su suegro una verdad que, ni él mismo se atreve a escuchar ni a
proferir, podríamos sintetizarlo ahora con una sola expresión: “Suegro; lo lamento mucho, no puedo darte un
nieto”.
En el seno de este relato risueño y
fantástico nadie puede soportarse a sí mismo; ni la mujer, ni el marido, ni el
matrimonio, ni el deseo de tener un hijo ni el de fundar una familia. Tal vez
sea la misma estantería, irónicamente, la única que en todo este cuento
maravilloso se puede soportar. Soportar a sí misma.
Porque como dijo el suegro: “Con tres
tornillos alcanza y sobra”.
Anexo.
Lo que viene a confirmar esto que
desarrollamos en las líneas precedentes es un comentario que me hizo el mismo
paciente que conoce a esta persona, y que me contó esta anécdota, un comentario
–que por supuesto hizo al pasar y que yo decidí tomar para ilustrarlo aquí- que demuestra perfectamente bien el sentido y
la dirección de lo que nosotros explicábamos en el artículo, según la particular
mirada psicoanalítica que nosotros hicimos sobre el hecho. Y es el siguiente.
Este paciente (el que conoce al protagonista
de la anécdota) me dice que el sujeto en cuestión tuvo que llevar a un
programa de televisión -al que iba a asistir su esposa como conductora en un
ciclo de manualidades que va por el cable, una serie de elementos desarmables para
que ella, su esposa, pudiera mostrarles a los televidentes cómo se hacían
ciertas cosas que ella realiza en su taller, entre las que se encontraban, oh,
casualmente, unos estantes desmontables, y el sujeto de nuestra simpática anécdota
no va y… ¿qué hace? Pues bien. ¡Se olvida de llevar los tornillos!
El estilo que utiliza este sujeto para narrar esta sucesión de
imágenes chispeantes nos hace recordar a las parábolas de Chuang Tse; que aquí,
reelaboradas por nosotros, podrían sonar más o menos así: “El rayo tira al árbol, el árbol tira al techo, el techo tira la pared
y la pared tira la estantería. La mujer
le dice al marido (como si ella fuera la diosa y él el mortal): ¿Por qué la
estantería que te mandé a colocar no soportó el rayo que le envié?”.
Hugo Cuccarese
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Rin tin tin |