No nos atrevemos a muchas cosas
porque son difíciles, pero son difíciles
porque no nos atrevemos a
hacerlas.
Séneca
La Exposición Internacional del Arte y la Técnica en
la Vida Moderna abarcaba una superficie de más de 100 hectáreas y contaba con
la participación de 52 países, además de Francia. Situada en París, ocupaba el
barrio que se extiende desde la colina de Chaillot hasta la plaza de Sena.
El 4 de mayo de 1937 el presidente Francés, Albert
Lebrun, inauguró en París la “Exposition Internationale des Arts et des
Techniques appliqués á la vie moderne”. El palacio del Trocadero fue
demolido para construir el palacio de Chalillot, alojando parte de la
exposición, regulada por la Oficina internacional de Exposiciones. El gran
evento se convirtió en la excusa perfecta para que los gobiernos de los países
entrados en conflicto pudieran realizar silenciosamente trabajos de
inteligencia sobre el mentado “Asunto Dragón”.
En el pabellón español, figuraba la gran obra
pictórica: el Guernica, de Pablo
Picasso, un auténtico testimonio de la destrucción de un pueblo del país Vasco por la aviación
alemana. También se exhibían obras de Joan Miró y otros artistas de vanguardia.
En el pabellón Ingles,... Curiosamente, los pabellones de Alemania y la URSS
quedaron situados “frente a frente”. Estas dos grandes potencias se esforzaban
en presentar sus mayores conquistas tecnológicas en pos de competir por la
supremacía y el prestigio de sus respectivos regímenes.
Los franceses estaban orgullosos de su
colección de arte, de la cual resaltaba la magnífica obra de Raoul Dufy, un
fresco de 600 metros cuadrados, titulado El
hada de la electricidad. Sin
embargo, su mayor ostentación de belleza y poder artístico era El hueso de dragón, considerado
una de las obras de arte más antigua que existían sobre la tierra. La auténtica
reliquia de origen chino (poseedora de un valor incalculable) se halló desde su
descubrimiento en manos de Francia, dado que el primero en poder descifrar sus
impenetrables criptogramas había sido un destacado lingüista francés.
China, por su parte, celosa de su patrimonio
cultural, no tuvo más remedio que exhibir en su desolado pabellón una tetera de
porcelana tou–ts`ai, del período Yung–cheng (1723–1735), de la dinastía Ts`ing:
una reliquia insignificante que palideció en comparación con los 4000 años de
antigüedad que acusaba el afamado Hueso que, irónicamente, era exhibido
enfrente de su pabellón. Sin duda, el pabellón
de Francia, gracias al magnetismo natural del hueso de dragón,
fue el que mayor cantidad de público atrajo el día de la ceremonia
inaugural.
No obstante, una de las mayores atracciones
con las que contaba el pabellón del país anfitrión, además del deslumbrante hueso era la presentación de la Traducción Original. Aquella misma que
llevaba en el maletín el mariscal Fosch, y que había entregado en secreto en el
vagón cuando firmó su rendición ante los franceses. El documento ultra secreto que, según la
afirmación de algunos intelectuales de prestigio, había sido la causante de la
Primera Guerra Mundial, ahora, casi veinte años después, convertidos en una
valiosísima pieza de arte histórico, se hacía público ante el mundo por primera
vez.
Lo que por aquel entonces muy pocos
sospechaban era que la segunda parte de este valioso documento ya había sido
traducida también. Estos, tampoco ignoraban que el genial intérprete del hueso
era nada menos que el sobrino del mismísimo François Le Benard, el primer
filólogo que investigó los milenarios pictogramas del mentado hueso, ni bien
fue desenterrado de las canteras del Río Amarillo, en China. Agentes de
inteligencia alemana, rusa e inglesa, buscaban por todos los medios conseguir
el valioso documento, pero el eminente criptógrafo francés, Jean Le Benard, no
cedía ante las ofertas “indirectas” provenientes de los agentes camuflados,
infiltrados en la mencionada Exposición.
Su situación era un tanto delicada, y había llegado a un punto de su
vida en el que no estaba dispuesto a negociar su felicidad, por un poco más de
fama de la que ya tenía. De este modo, y sin buscar más problemas, mantuvo absoluta reserva frente a los
curiosos que se le acercaban con la excusa de
conocerlo y felicitarlo. Todos decían haber conocido al genio de su tío
François, y muchos de ellos, conociendo el escándalo que había tenido con Mata
Hari, y su posterior desaparición de la arena publica, preguntaban acerca de su
paradero. Pero Le Benard siempre se limitaba a contestar:
“Él está muy bien,
gracias. Está descansando. Y les manda saludos a todos”.
La mayor parte de los representantes de los
52 países que exhibían su más preciada colección de arte y técnica, sospechaban
que Le Benard (Jean), tenía los conocimientos suficientes como para haber
realizado la interpretación de la segunda parte del hueso (incluso, varios
miembros del gobierno Francés lo sospechaban lo mismo), pero, en realidad,
nadie contaba con pruebas contundentes en este sentido. No obstante ello, a
pesar de tal incertidumbre, las autoridades de todos los países no apartaban
sus ojos del misterioso “Docteur
tradouctiôn”. El famoso descifrador del Hueso de Dragón contaba en sus
espaldas con la sombra de varios agentes encubiertos que, según se rumoreaba
por entonces, seguían sin descanso cada uno de sus movimientos.
Finalmente, todos se hicieron presentes en la
Exposición Internacional de París, dominada por la exasperante tensión
internacional que reinaba en el lugar
gracias a la dura oposición ideológica que significaba tener enfrentados en los
pabellones a la Alemania nazi y la Unión Soviética, con la misión explícita de encontrar el
documento confidencial más importante del momento. Pero lo que nadie logró imaginar
en ese momento es que dicho documento no se encontraba en ningún pabellón de la
Exposición, y por una sola razón; el documento se hallaba en la cabeza del Dr.
Le Benard.
El destacado criptógrafo francés, envuelto en una atrapante nube de misterio
se hallaba más vulnerable, y al mismo tiempo, más protegido que nunca. Nadie se
atrevía a tocar al hombre que podía revelar al mundo los secretos del dragón,
ya que él era el único que tenía el poder de tener en su poder la traducción
definitiva del milenario hueso. Todos sabían que si desaparecía el traductor,
también desaparecía la traducción. De este modo, Jean Le Benard, trasformado
por la ambición de sus propios perseguidores en un moderno hierofante, en iniciado
en los misterios del milenario hueso, terminó siendo –él mismo- el único
intermediario entre los hombres y los impenetrables pictogramas. El hombre
detrás del velo de seis mil años de antigüedad, capaz de poder revelar el
mensaje de aquella sagrada e impenetrable Escritura.
Por aquel entonces Le Benard era retratado
por algunos sectores políticos-religiosos como si fuera la reencarnación del
mismo Moisés, y el hueso de dragón, comparado con las bíblicas tablas de piedra de la Ley.
Por
ESTEBAN THEODOBALDO