“…También recuerdo que en
cierta ocasión, a mediodía, cuando el sol estaba en su cenit, abandonó con
premura la Corte Vecchia, donde estaba trabajando en su soberbio caballo de
barro, y, sin cuidarse de buscar la sombra, vino directamente a Santa Maria
delle Grazie, se encaramó al andamio, cogió el pincel, dio una o dos pinceladas
y se fue".
Mateo Bandello, novicio del convento,
sobre la
ejecución de La Última Cena.
“La Última Cena” es el título de una de las obras
pictóricas más representativas del maestro Leonardo da Vinci. Casi mil
quinientos años después de la llegada de Cristo, el artista florentino retrata
una de las obras más famosas del mundo en la pared del comedor del antiguo
convento de los dominicos de Santa María delle Grazie, en el corazón de Milán
(Italia).
Pintura sin restaurar. (La “supuesta” obra de
Leonardo)
Una obra muy particular
La obra pintada entre 1495 y 1498 es un enorme fresco de 4,60 metros de altura por 8,80 de
anchura, realizado con témpera y óleo sobre una preparación de yeso, en lugar
de la técnica común del fresco. En 1495 Ludovico Sforza encargó a Leonardo da
Vinci la decoración del refectorio, comedor de los monjes del monasterio
dominicano de Santa María delle Grazie, en Milán, con un mural de La Última
Cena. La obra debía ser una referencia de la relación entre la comida terrena
de los monjes y la Eucaristía, la comida divino-espiritual. Así empezó Leonardo La Última Cena, que no acabó hasta 1498.
En aquella época, la técnica más utilizada para la
realización de pintura en la pared era la del fresco. Pero este método requiere
pintar rápidamente sobre el revoque aún húmedo al fresco. Y Leonardo, que era
un gran perfeccionista, ante la magnitud de la tarea, quería tomarse su tiempo
para trabajar cómoda y detalladamente sobre los rostros de los personajes y así
poder dotarlos de la mayor expresión dramática. Fue así que desestimó el procedimiento
del fresco, decidiendo realizar el mural empleando pigmento oleoso. Pero esta
técnica es muy poco resistente, y pocos años después de su finalización empezó
a deteriorarse.
Cuarenta años después, más de la mitad de la pintura
se había malogrado, y para conservar la obra de arte, se decidió realizar
varias copias, más o menos fieles al original, tanto en vida de Leonardo como
después de su muerte.
Actualmente, el mural que podemos observar no es ni por asomo la sombra de lo que fue el
original. Afortunadamente, algunas copias que realizaron sus discípulos se
mantienen bien conservadas así como algunos de los bocetos que utilizó el
maestro para su preparación. Y lo interesante es que Leonardo no eligió plasmar
cualquier momento de la cena, sino uno de los más importantes; justo después de
que Jesús anunciara que uno de sus apóstoles era un traidor, resaltando en cada
uno de ellos sus reacciones de asombro, espanto y estupefacción.
Se dice que en este cuadro existen ciertos mensajes
ocultos sobre la religión, que no podía ser mostrados en su época para que
Leonardo no fuera acusado de hereje. Pero nosotros creemos que más allá de
estos misterios simbólicos-religiosos existe en La última cena un misterio más grande
aún; uno que encierra a la naturaleza de la pintura en sí misma, y de las
desventuras que sufrido a lo largo de los años desde que fuera terminada.
La pintura caída
en desgracia
La pintura, como todos saben, ha sufrido con el paso
del tiempo los avatares de un extraño y desfavorable destino. Al estar
realizada sobre yeso seco, la obra comenzó a descamarse tras su finalización. Durante
los siglos XVIII y XIX se llevaron a cabo intentos infructuosos de restauración y conservación. Pero eso fue apenas el
comienzo. Una larga seguidilla de infortunios marcaría para siempre el destino
de esta extraordinaria obra.
Durante el transcurso de la guerra, las tropas de
Napoleón utilizaron la pared para realizar prácticas de tiro, y en 1943 los
bombarderos lograron arrancar el techo de la habitación, dejando la pintura a
la intemperie durante varios años. También hubo varias inundaciones acaecidas
en Milán que contribuyeron al deterioro de la obra, y la incorporación de una
puerta en la sala en 1652, cercenó los pies de varios personajes del mural. En
1797 un ejército francés utilizó la sala como establo, deteriorando la obra aún
más. Y en 1943 los bombardeos aliados pusieron su grano de arena en el
progresivo deterioro de la obra. Después de todo, en 1977 se inició un programa
de restauración y conservación que mejoró notablemente el mural, pero gran
parte de lo que era la superficie original se ha perdido para siempre.
Tras largos años de intensa labor de restauración, el
mural de Leonardo parece finalmente haber recuperado parte del antiguo
resplandor que tenía originalmente. Ahora el fresco se presenta muy bien
cuidado y conservado, aunque sus colores se han ido atenuando con los años, y
puede ser contemplada como cuando el artista la pintó. Sin embargo, este es justamente
el punto que queremos destacar aquí,
para preguntarnos, ¿qué es lo que ve el afortunado espectador cuando contempla
ahora la pintura de 1497?
Leonardo, ¿podía no saber?
Se sabe que Leonardo utilizó una técnica nueva para la
realización de la pintura. Y que en lugar de pintarla al fresco (sobre escayola
fresca con pinturas al agua) empleó
una mezcla de aceite y témpera sobre el muro seco. La pintura al
fresco requiere decisión y rapidez de ejecución, puesto que cada sección de la
obra debe completarse antes de que la escayola se seque (por lo general al cabo
de un día). Cuando se concluyó, en
1497, el mural era una obra maravillosa, llena de fuerza, de tonos vivos y radiantes.
Se cree que si Leonardo lo hubiera pintado al fresco, se habría conservado
intacto. Pero ya en 1517 la
obra estaba muy deteriorada, y a lo largo de los años sufrió diversas
restauraciones.
Irónicamente, la misma técnica que le permitió a
Leonardo trabajar en el mural con su acostumbrada tranquilidad fue la misma que
terminó destruyéndoselo, y al poco tiempo de haberlo concluido.
Nos llama poderosamente la atención que Leonardo, el
gran Leonardo, teniendo como tenía, profundos conocimientos en muchas materias
y disciplinas, no supiera que esa técnica que estaba utilizando –solo para
tener más tiempo y poder trabajar con tranquilidad y con su acostumbrada
perfección- era muy poco resistente y que iba a durar poco tiempo. Es extraño,
y nos sorprende enormemente que no haya estudiado a fondo esa nueva técnica, y
pusiera en riesgo una obra de semejante envergadura. Con ella obtuvo una gama
de colores más amplia de lo habitual, pero poco después empezó a desprenderse,
y desde entonces los especialistas están buscando una solución.
Es paradójico: Leonardo utilizó esa técnica porque le
brindaba “más tiempo” para pintar el mural pero una vez que lo terminó, se lo
quitó, y fue como si en verdad hubiese “perdido el tiempo”. Es como si la misma
técnica le hubiese cobrado todas esas largas horas que le prestó al artista,
condenando al mural a tener que envejecer rápidamente: en menos tiempo. Pero hay
algo más extraño aún: la técnica que le hizo desmoronar su pintura (era de su propia invención).
Es increíble y es para resaltar: el pintor ha cometido
un lapsus con su propia pintura. Creó
un lapsus –sin saber lo que realmente estaba haciendo- solamente para poder
pintar a su manera. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿Es posible que Leonardo inventara un método –especialmente- para
poder destruir su pintura una vez que ésta estuviera terminada? Y de ser así,
¿para qué lo haría?
Sabemos que Leonardo tenía dificultad para terminar las
obras que empezaba, y nos preguntamos si no será esta destrucción –buscada inconscientemente-
una forma encubierta de dejar esta pintura, como tantas otras, eternamente
inacabada. ¿Era eso lo que pretendía el ambicioso maestro florentino? ¿Que su
obra esté descascarándose y repintándose constantemente como una forma de
mantenerse viva, eterna y siempre fresca? Leonardo legó este maravilloso mural a
la humanidad y, con esa intención, decidió dejarlo así, como se encuentra ahora
y como se encontrará por mucho tiempo más -a menos que encuentren una solución
al problema de la caída-: un problema abierto y en permanente construcción.
Como podemos ver, la maldición que ha caído sobre La última
cena ha sido producida por la mano del mismo artista que la concibió. Es como
si al utilizar esa oscura y macabra técnica (elaborada especialmente para
destruir su pintura) Leonardo hubiera hecho un pacto diabólico con el demonio. Le
pidió tiempo a Satán (el inconsciente que desconoce) para insuflarle un alma a su mural, -y se lo otorgó-, pero a cambio, una
vez finalizado, le robó la vida a la obra, haciéndola envejecer prematuramente.
Un pacto nefasto, muy parecido al que hizo Dorian Grey con su retrato. Pero no
hay que ser ingenuos: Leonardo sabía muy bien que esto iba a ocurrirle a su
mural. Él sabía –sin saber que sabía- que estaba metiendo su pintura en un
antro de león, y que no saldría de allí sin llevarse al menos la marca de una
herida, un rasguño mortal.
Leonardo se identifica con este episodio bíblico que
retrató como el creador y el destructor de su propia obra. Es a la vez Judas y
Satán: es Judas porque traiciona a
Jesús y es Satán porque destruye la
pintura en la que está Jesús. No por nada elige para hacer su propia
interpretación visual esa escena de la cena en la que se muestra, justamente, el
momento en el que Cristo dice que “sabe” que uno de ellos lo traicionará, antes
de la salida del sol. (Y se dice que Leonardo se pintó a sí mismo en la figura
de Judas Tadeo). Hasta podríamos preguntarnos, y solo por jugar, ¿a qué se debe
el horror, la ira y la conmoción de los discípulos retratados allí? ¿A la
noticia que les da Jesús o a la pintura que se descascara frente a sus propias
narices?
Solo como un dato de color, diremos que en la pared
enfrentada con La última cena se encuentra la pintura “La Gran Crucifixión”, de
Donato Montorfano, como en espejo, casi como creando entre ambos murales un
espacio escenográfico. Una ilusión de lugar donde el espectador puede trasladarse
en el tiempo, con solo darse vuelta, y contemplar en un instante el calvario de
Cristo, el trayecto histórico que va desde el último encuentro con sus
discípulos hasta el momento en que es asesinado en la cruz.
¿Un auténtico “da
Vinci”?
Pero si hablamos de Cristo también hablamos del
Anticristo. Y el Anticristo tiene el sentido de “aquel que sustituye o se opone
a Cristo”. Del mismo modo, el Antileonardo también sustituye a Leonardo, como
creador de la obra, y se opone a él al re-crear una obra que no pintó Leonardo.
El Antileonardo niega que la pintura del mural sea la obra que pintó Leonardo.
Por eso decimos que hoy, “La última cena es la obra del no-Leonardo, pintada
por el Antileonardo”. Esto solo puede significar una cosa: que es el mismo Leonardo el que engendró al
Antileonardo.
Pensemos un momento; si Leonardo elegía la técnica de
freso, su obra habría perdurado en el tiempo, pero no hubiera tenido tiempo
para imbuirle su sello personal (su estilo leonardiano) y convertirla en la obra
maestra que terminó siendo, aunque pagara por ello el precio más alto: la
destrucción de la obra.
Desde el momento en que Ludovico Sforza le encargó la
decoración del refectorio, Leonardo se encontró en un callejón sin salida. Al óleo
y con el lienzo él podía emplear la lentitud para pintar con su acostumbrada
paciencia y minuciosidad, capa por capa, con el método que él mismo había
inventado, así como su nombre “esfumado” (sfumato
en italiano); pero al pintar en la pared, no podía aplicar su técnica pictórica
como quería ni pintar como lo hacía siempre,
ni dejar la impronta de su genialidad en el mural. Por eso antes de pintar algo
que no pareciera pintado por él -y que encima durara para siempre- decidió
inventar un método que le permitiera pintar el mural como él quería pintarlo, y
que fuera verdaderamente “un Da Vinci”, es decir, una obra de Leonardo pintada verdaderamente
por Leonardo, aunque para ello tuviera que destruirse después de haberla
pintado, condenándolo a la perpetua restauración, es decir, a ser re-pintado o
re-creado perpetuamente por el Antileonardo (los artistas que no son Leonardo),
los que finalmente convertirían la obra de Leonardo en la obra del No-Leonardo,
nos referimos a la tarea de “los restauradores”.
Por eso decimos que el mismo Leonardo engendro al
Antileonardo, y lo gestó en el mismo momento que decidió darle vida a esa técnica del demonio para
destruir en un instante aquello que creó para ser eterno. Es como si hubiese
sido el mural de una destrucción
anunciada. Como la destrucción que anuncia al Apocalipsis, que relata la
Revelación de Jesucristo a San Juan acerca de los acontecimientos futuros.
El “Apocalypse Now”
El Apocalipsis siempre ha sido un misterio para los
seres humanos, motivo de muchas interpretaciones y muchas preocupaciones en
todas las épocas, pues siempre se ha visto en él un presagio de destrucción y castigo. El Antileonardo es de
algún modo el que mejor representa la función del Anticristo, y así como el apóstol
Juan dice que el Anticristo es quien esparce mentiras acerca de Jesucristo y de
lo que él enseñó, el Antileonardo es el que engaña a Leonardo y pretende salvar lo que él creó, volviendo a destruir su forma original, creando
la obra del No-Leonardo, (la pintura que
vemos en la actualidad).
Lo que podemos ver ahora es indudablemente el cuadro
de La Última Cena, pero el cuadro –que no es- el cuadro de La Última Cena original. El creador de La primera última
cena es Leonardo, pero el creador de La última última cena es el Antileonardo
(porque nunca es La “última” cena, siempre habrá otras restauraciones y otras
pinceladas sobre el mural que harán de La última cena… “una cena más”).
Leonardo creó efectivamente La última cena, y a partir
de allí, el Antileonardo comenzó una serie de recreaciones de últimas cenas,
que llevarían a la eterna negación de La última cena como tal, que es “La última
cena del principio”, la que pintó Leonardo. La que pintó gracias a esa perversa
técnica que “elaboró” diabólicamente como una forma de ponzoña, para envenenar
su propia obra. El invento de Leonardo es el síntoma de Leonardo. Algo así como una especie de cáncer o enfermedad
terminal, que aún hoy continúa carcomiendo y desbastando la pintura del mural,
descascarándola día tras día, condenándola a la intemporalidad de un fatal e
irrevocable destino. De allí que el luciférico Antileonardo
(el “Leonardo caído”, el que viene cayendo en cada uno de los oleosos trozos
de yeso que se desprenden del mural) sea tan falsificador y embustero como la bíblica serpiente, la que en el Apocalipsis
se menciona como Diablo y Satanás.
Y es así: el desmoronamiento de la pintura del cuadro también
está anunciando el catastrófico fin del cuadro, por lo que podríamos ver el mural de La Última Cena como
una metáfora del Apocalipsis de la biblia. Pero este “Apocalipsis Pictórico”,
digamos así, viene ocurriendo un desde que la humedad de la pared empezó a destruir
el mural, un hecho que retrata perfectamente bien el título de la película de
Francis Ford Coppola Apocalypse Now. Porque la pintura de Leonardo -como el
Apocalipsis bíblico- vienen anunciando, cada uno por su lado, y desde que uno
fue pintado y el otro escrito, la destrucción de la pintura y la destrucción
del mundo. Y tanto la pintura del
refectorio del convento como el último libro de la biblia dicen que el fin es
inminente. Que es “ahora”.
Si bien el Apocalipsis no aparece hoy en el contexto
cultural con el mismo esplendor y fuerza pictórica que lucía en el Medio Evo, lo que tenemos ahora son catástrofes, terremotos,
inundaciones y toda clase de desastres naturales, y provocados por el hombre,
pero Apocalipsis…, “Apocalipsis No”. El único “Apocalypse Now” es el que viene
sucediendo desde que comenzó el Apocalipsis Pictórico, que es el que se inició
cuando Leonardo estaba en vida y su mural comenzó a derrumbarse, y no cesó de derrumbarse
y destruirse –y no cesará de hacerlo jamás-. Por eso el título de la película
es valioso aquí, porque muestra lo mismo que muestra la pintura que se derrumba,
y es que el Apocalipsis está ocurriendo “ahora”.
Y siempre fue “ahora”. Desde que comenzó a caerse el
mural a pedazos que es “ahora” la destrucción. Lo que La Última Cena le está
mostrando al mundo es precisamente lo que mundo no quiere ver, que es precisamente
lo que ya todos sabemos y no queremos saber. Algo que está relacionado con el otro
y con la muerte del otro. Con esa certeza que no podemos lidiar y menos aún ver
como certeza, que es la existencia del fin. A saber: que todo nace y todo
muere. Que el fin del Otro… ya comenzó.
El “Antileonardo”
Y no es casual que lo que se destruya sea una pintura
que retrata el episodio evangélico donde Jesús está reunido con sus discípulos
para compartir el pan y el vino antes de su muerte. Es la escena donde Jesús está
pre-anunciando la llegada de lo que declina y decae, o sea, la destrucción del
cuerpo y de la sangre de Cristo. Incluso hay dos profecías de Cristo que se cumplieron
en las horas inmediatas y que también están relacionadas con una forma de
destrucción, que son “la traición de Judas” y “la negación de Pedro”, las dos
relacionadas con los dos episodios que darán comienzo al Prendimiento y la
Pasión de Cristo. Y es esto lo que quiso eternizar Leonardo en el mural del
refectorio de Santa María delle Grazie: “El retrato de una muerte anunciada en
la pintura de una destrucción anunciada”.
Y la mejor manera de hacerlo fue cometiendo un error.
Un “error” hecho sin querer. Fue la lógica de una contra-dicción lo que
Leonardo deslizó en la composición química de los materiales del fresco, lo que
produjo finalmente el constante descascaramiento de la pintura. Recordamos que
el ciclo de la Pasión de Cristo (la que lo lleva en su última instancia a su
crucifixión y muerte, la que se encuentra retratada como ya dijimos en el mural
de enfrente) se inicia justamente con el episodio de la Última Cena. Leonardo eligió
ese acontecimiento clave de los Evangelios Canónicos como tema artístico para
crear una Pintura Viviente, una pintura que habla, que gime y que sufre los
avatares de su propia inmolación como
una forma de anunciar la destrucción de todo lo que fue creado y tiene vida. Y
lo vivimos así, ya que somos seres de derrota, seres condenados a morir desde
el día en que nacemos. Cada momento de la vida lleva implícito una pequeña
muerte, porque todo es así: todo comienza y termina, todo es muerte y
resurrección. Es el mito el que pone en marcha la rueda del destino del hombre:
es Jesús el que declina en el ocaso y
Cristo el que se eleva en la mañana.
El pintura este episodio bíblico, derrumbándose y
destruyéndose perpetuamente es la mejor imagen que retrata y sostiene el Apocalipsis
bíblico, con esta idea de que algún día el mundo se destruirá y todo cambiará
para mejor, como ocurre en el cuadro, que más que destruido ha sido
transformado en su esencia, y nada menos que por las invisibles e incontables manos
de “El Antileonardo” (los restauradores de la pintura). Pero lo que han creado estos
restauradores no es “otra pintura”, es
“otra” pintura; algo así como “otra pintura en la misma pintura”. Es una
pintura nueva y al mismo tiempo una pintura con la misma apariencia que tuvo
cuando fue pintada, pero total y sutilmente diferente. Si a lo largo de estos quinientos años no se hubieran hecho trabajos
de restauración sobre la superficie de la pintura, hoy La última cena hubiera
desaparecido como desapareció el revestimiento
original de la pirámide de Keops, por ejemplo, que al momento de su
construcción estaba formado por losas de caliza pulida.
Sin embargo hay una similitud entre el cuadro que se
viene destruyendo desde hace siglos y la destrucción que se anuncia en la
biblia para el mundo. Es como si la pintura de La Última Cena tuviera el espíritu
del retrato de Dorian Gray, y la destrucción del cuadro de Leonardo fuera –o
replicara- la destrucción del cuadro del mundo, eternizando la creencia en el Apocalipsis.
La ultima cena, ya es en sí misma, por el tema, una destrucción; y sumado al
hecho de que está permanentemente destruyéndose no solo anuncia la llegada del
Apocalipsis (la destrucción), sino que la patentiza en el mismo acto de
destruirse. La pintura habla a través de los colores de una piel metafórica que
no cesa de caerse y de restituirse como la piel de la astuta serpiente del
Apocalipsis. La que expresa así el martirio del mundo; la que anuncia la
destrucción del hombre y de todo lo que vive, auto-destruyéndose y
auto-regenerándose simultáneamente.
Y es allí exactamente donde está concentrada la
angustia de Leonardo. Justo frente al acontecimiento de su gran obra que pone
en acto, nada menos que la caída de su gran obra. Pero ella no solo anuncia la
destrucción, sino que la hace aparecer frente a los ojos del espectador,
produciendo la angustia en los restauradores, que desesperan por reconstruirla
y por reconstruirse a sí mismos. Son ellos los que recogen los trozos de pigmentos
del suelo como si fueran las partes desmembradas de su propio cuerpo. Son ellos
los que se horrorizan con los agujeros de la pared (padre) tal como a Narciso
le temía a la agitación del agua, cuando no puede ver su propio retrato
reflejado en la superficie del lago: otra pintura. El lapsus de Leonardo sobre
el mural produce un mensaje tan contundente como aterrador: “Se destruye la
pintura que anuncia la destrucción”.
Es como alguien que está frente a nosotros con un
revolver en la mano y nos dice que se va a matar, y se mata. Al mural le
ocurre lo que el mural dice que
ocurrirá. Nos encontramos ante un cuadro camaleónico; porque vive para
transformarse a sí mismo y transformar a quienes contemplan su indetenible
transformación. Y destruyéndose lentamente va también transformándose
lentamente. De este modo hay que entender el Apocalipsis bíblico, no como la
llegada de la destrucción total y absoluta, sino como la destrucción perpetua para
perpetuamente transformarse y cambiar. El cuadro mantiene vivo el espíritu de
la renovación y el cambio. Y si en
nuestras vidas podemos ser como el Antileonardo, estaremos repintando infinitamente
las escenas de nuestra propia historia, que perpetuamente se irán desmoronando
para que podamos seguir pintando y modificando
nuestra vida en algo siempre nuevo, vivo y lleno de color. Y del color de la esperanza.
De lo que está por venir.
La obra del No-Leonardo
Evidentemente la obra que podemos ver hoy en día en la pared de Santa María delle Grazie no es la misma obra que Leonardo pintó en
su momento; solo el nombre de la obra, el tema, la composición y los personajes
que están allí no se ha alterado, pero los colores y la forma de trazar las
pinceladas hacen de esa pintura, irremediablemente, “otra pintura”, la “pintura
de la pintura”, es decir: la pintura que Leonardo nunca pintó.
La Última Cena es la única Pintura Viviente que existe
en el mundo. La única pintura de la historia de la pintura que “se sigue pintando
y seguirá pintándose hasta el fin de los tiempos”, como un palimpsesto vivo y
refrescante. Porque siempre va a estar allí cayéndose, desmoronándose,
destruyéndose, y al mismo tiempo, reconstruyéndose y re transformándose en “otra
pintura”, pero manteniendo siempre la inconfundible esencia de la “pintura
original”.
Es como si estuviéramos viendo el mismo cuadro de
Leonardo pero como si no fuera de Leonardo, o como si estuviera su imagen
levemente alterada y la viéramos creyendo que es la obra de Leonardo, cuando en
realidad es la obra del “no-Leonardo”, algo así como: “La obra de Leonardo que se niega a ser de
Leonardo”.
Algo parecido a lo que ocurre con la imagen del
televisor cuando se perfecciona la tecnología y se ve con más nitidez los
colores y las formas. Pero con la imagen de esta sublime pintura no sabemos si
la vemos mejor que cuando su creador la pintó, con sus trazos y colores
originales. Nos engañamos a nosotros mismos creyendo que estamos viendo el
genio de Leonardo cuando sabemos perfectamente que es la obra del Antileonardo
(el demonio encargado salvar la obra de Leonardo, destruyéndola).
Este
poderoso deseo del pintor florentino por hacer de su obra una obra eterna fue
lo que lo llevó a crearla y a destruirla casi al mismo tiempo.
En tanto haya una ínfima mota de pigmento en el suelo
habrá un Antileonardo vivo y angustiado, presto darle vida a la recreación de una
cena más. Mientras el mural no cese de caerse, siempre podrá existir “otra cena”
y “otra escena”, tratando de escribir lo imposible de escribir: la existencia
de “La Última Cena”.
Lo que hoy podemos ver entonces en la pared del
refectorio de Santa María delle Grazie es la
negación de La última cena. Es decir, la imitación perfecta de lo que no-es
y de lo que nunca será. La pintura más extraordinaria y más fraudulenta de la
historia de la pintura. Un engaño formidable.
Una vana ilusión que solo sirve para recordarnos que alguna vez existió allí la
mano de Leonardo, con su soberbio e
inimaginable trazo, el que como un lejano eco no cesa de expresar y
canturrearnos al oído, como decían los romanos: “Art
longa, vita brevis”. (¡El arte es
eterno; la vida es corta!)
Pintura restaurada. (La obra del “Antileonardo”)
HUGO CUCCARESE
Pero antes de tratar de responder a esto hay
algo que debemos aclarar: sobre el significado histórico y artístico de esta
magnífica obra ya se ha abordado en muchos tratados, y no es en este artículo
el objeto de nuestro interés. Lo que buscamos
aquí es reflexionar sobre qué le ocurrió a la pintura desde que Leonardo
la concluyó.
No olvidemos que Satán o Satanás, deriva del
latín Satāna, y éste a su vez del arameo ha-shatán, que significa “acusador, adversario y enemigo”.