... THAS IS THE CUESTION
¿Es de mal gusto chocar las copas durante el brindis?
LOS FRANCESES DICEN QUE SÍ, PERO ESTA AFIRMACIÓN SE CONTRAPONE CON LO QUE ENSEÑA LA TRADICIÓN. DESDE LA MÁS REMOTA ANTIGÜEDAD EL VINO, LA AMISTAD Y EL CONOCIMIENTO SIEMPRE ANDUVIERON JUNTOS Y, SEGURAMENTE, PORQUÉ NO… TOMADOS DE LA MANO.
¡A chocar esas copas!
La leyenda cuenta que los Vikingos eran grandes bebedores de vino y
usaban como copones las calaveras de
los enemigos vencidos y asesinados. Todo el mundo sabe la ferocidad que tenían
estos belicosos marinos nórdicos a la hora de emprender sus viajes en
expediciones de asalto. Su habilidad en el arte de la construcción naval los
llevó a realizar grandes viajes por mar abierto, y a hostigar a los pueblos más
desarrollados y civilizados con sus brutales fechorías. Sin ir más lejos, sus
ataques por sorpresa en esos largos navíos a los que llamaban “dragones” eran
tan temidos como su fama de forajidos.
Después de invadir, saquear y aniquilar salvajemente a sus adversarios,
los vikingos recogían los cadáveres del los principales líderes y les cortaban
la cabeza para exhibirlo ante su propia gente a modo de trofeo. Luego de
despellejar los cráneos de las víctimas y asearlos apropiadamente, estaban
listos para convertirse en los recipientes perfectos para beber el dulce licor
de Baco. El éxito de sus despiadadas conquistas se realizaba en estas
infames cráteras humanas, donde se simulaba beber el vino como la sangre de los
enemigos.
La desconfianza que reinaba entre estos guerreros sanguinarios y
ladinos sólo podía equipararse con su insaciable sed de poder. Su impredecible y bárbaro temperamento
los tornaba vulnerables a los engaños y a las conspiraciones. Sin embargo, pese
a vivir del robo y el pillaje artero, tenían un sentido de la amistad y de la
camaradería altamente desarrollado. Por esa razón, para evitar ser asaltados
por su vil y traicionera naturaleza y
usar sus pérfidas artes para destruirse a sí mismos, decidieron instaurar entre
ellos un estricto Código de Lealtad.
Ellos sabían que la manera más fácil de eliminar a un rival indeseable, sin levantar, por supuesto,
sospechas de ninguna clase, era colocando al desprevenido una pócima de veneno
en su bebida durante las fiestas bacanales. Por eso para no ceder a la
tentación de envenenarse mutuamente,
debían lograr que el contenido de cada una de sus copas se mezclara con el de
las demás. Para que esto ocurriera espontáneamente y no hubiera necesidad de
probar, una por una, la bebida de los otros compañeros, se implementó en el
código chocar los copones durante el brindis para que un poco de la bebida de
uno salpicara el contenido en el copón del otro, y así se mezclaran
imperceptiblemente los rojizos fluidos unos con otros. Con que una gota de mi copa cayera en la copa
de mi compañero era suficiente para envenenar letalmente su bebida. De esta
manera, uno podía tener la plena seguridad de que el amigo con el que estaba
bebiendo -y brindado previamente- no había echado ninguna sustancia extraña en
mi recipiente, puesto que, de hacerlo, él también bebería del mortal brebaje.
De allí que no chocar las
copas... pasara a ser sinónimo de...
“mal gusto”, digámoslo así.
Desde entonces se glorificó el acto de brindar. Y el chocar los copones
entre camaradas pasó a convertirse en el más alto gesto de amistad y confianza
mutua.
El acto de chocar los cálices entre sí fue inventado probablemente por
estos guerreros de rapiña. Y fue una idea de gran aceptación en el ejercicio de
la amistad que, con seguridad extrajeron de la guerra, de su experiencia con
los enemigos vencidos, y especialmente de su astuta técnica de abordaje naval.
Mientras en la escaramuza los guerreros chocaban sus navíos para saltar
de una embarcación a otra e imponer así la fuerza del saqueo, en el seno del
reposo o en el remanso del guerrero, los bebedores chocaban los vasos entre sí
emulando aquella bélica artimaña de abordaje, y hacían saltar gotas de vino hacia la copa de sus
otros compañeros, pero en este caso, como una auténtica demostración de
lealtad. De allí que en todas partes del mundo el brindis sea la conmemoración
simbólica más alta y noble de la amistad.
Incluso el famoso vikingo, Eric el Rojo, apodado así no sólo por su
crueldad y salvajismo en el arte de derramar sangre en los asaltos, sino por el
de “derramar el vino” entre amigos y mujeres durante los festejos saturnales,
dijo alguna vez:
“Desconfía –o al menos ten la sospecha- de aquel amigo que, en el seno
de un festejo se niegue o evada chocar su copa con la tuya, puesto que es
seguro que algo malo u oscuro trama hacer contra ti”.
Por Eric el Rojo, por esta bella leyenda, por el solo placer de hacerlo
y, especialmente, por ninguna razón del mundo
debería impedirse que dos amigos
que glorifican el sublime arte de la
amistad, bebiendo entre hipos y sonrisas,
el exquisito néctar de los dioses... choquen los cálices de la vida y de la
inmortalidad –aunque sean del más delicado y perfecto cristal de Bohemia-
cuando sus espíritus jocosos, hermanados por el fino bouquet de los tintillos, se
unan y conjuren en la sagrada hora de brindar y sean… uno para todos... y todos para
uno.
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