miércoles, 2 de julio de 2014

CHOCAR O NO CHOCAR LAS COPAS

... THAS IS THE CUESTION

¿Es de mal gusto chocar las copas durante el brindis?

LOS FRANCESES DICEN QUE SÍ, PERO ESTA AFIRMACIÓN SE CONTRAPONE CON LO QUE ENSEÑA LA TRADICIÓN. DESDE LA MÁS REMOTA ANTIGÜEDAD EL VINO, LA AMISTAD Y EL CONOCIMIENTO SIEMPRE ANDUVIERON JUNTOS Y, SEGURAMENTE, PORQUÉ NO… TOMADOS DE LA MANO.


 ¡A chocar esas copas!

La leyenda cuenta que los Vikingos eran grandes bebedores de vino y usaban como copones las calaveras de los enemigos vencidos y asesinados. Todo el mundo sabe la ferocidad que tenían estos belicosos marinos nórdicos a la hora de emprender sus viajes en expediciones de asalto. Su habilidad en el arte de la construcción naval los llevó a realizar grandes viajes por mar abierto, y a hostigar a los pueblos más desarrollados y civilizados con sus brutales fechorías. Sin ir más lejos, sus ataques por sorpresa en esos largos navíos a los que llamaban “dragones” eran tan temidos como su  fama de forajidos.

Después de invadir, saquear y aniquilar salvajemente a sus adversarios, los vikingos recogían los cadáveres del los principales líderes y les cortaban la cabeza para exhibirlo ante su propia gente a modo de trofeo. Luego de despellejar los cráneos de las víctimas y asearlos apropiadamente, estaban listos para convertirse en los recipientes perfectos para beber el dulce licor de Baco. El éxito de sus despiadadas conquistas se realizaba en estas infames cráteras humanas, donde se simulaba beber el vino como la sangre de los enemigos.

La desconfianza que reinaba entre estos guerreros sanguinarios y ladinos sólo podía equipararse con su insaciable sed de poder.  Su impredecible y bárbaro temperamento los tornaba vulnerables a los engaños y a las conspiraciones. Sin embargo, pese a vivir del robo y el pillaje artero, tenían un sentido de la amistad y de la camaradería altamente desarrollado. Por esa razón, para evitar ser asaltados por su vil y traicionera  naturaleza y usar sus pérfidas artes para destruirse a sí mismos, decidieron instaurar entre ellos un estricto Código de Lealtad.

Ellos sabían que la manera más fácil de eliminar a un  rival indeseable, sin levantar, por supuesto, sospechas de ninguna clase, era colocando al desprevenido una pócima de veneno en su bebida durante las fiestas bacanales. Por eso para no ceder a la tentación de  envenenarse mutuamente, debían lograr que el contenido de cada una de sus copas se mezclara con el de las demás. Para que esto ocurriera espontáneamente y no hubiera necesidad de probar, una por una, la bebida de los otros compañeros, se implementó en el código chocar los copones durante el brindis para que un poco de la bebida de uno salpicara el contenido en el copón del otro, y así se mezclaran imperceptiblemente los rojizos fluidos unos con otros.  Con que una gota de mi copa cayera en la copa de mi compañero era suficiente para envenenar letalmente su bebida. De esta manera, uno podía tener la plena seguridad de que el amigo con el que estaba bebiendo -y brindado previamente- no había echado ninguna sustancia extraña en mi recipiente, puesto que, de hacerlo, él también bebería del mortal brebaje. De allí que no chocar las copas... pasara a ser sinónimo  de... “mal gusto”, digámoslo así. 

Desde entonces se glorificó el acto de brindar. Y el chocar los copones entre camaradas pasó a convertirse en el más alto gesto de amistad y confianza mutua.

El acto de chocar los cálices entre sí fue inventado probablemente por estos guerreros de rapiña. Y fue una idea de gran aceptación en el ejercicio de la amistad que, con seguridad extrajeron de la guerra, de su experiencia con los enemigos vencidos, y especialmente de su astuta técnica de abordaje naval.

Mientras en la escaramuza los guerreros chocaban sus navíos para saltar de una embarcación a otra e imponer así la fuerza del saqueo, en el seno del reposo o en el remanso del guerrero, los bebedores chocaban los vasos entre sí emulando aquella bélica artimaña de abordaje, y hacían  saltar gotas de vino hacia la copa de sus otros compañeros, pero en este caso, como una auténtica demostración de lealtad. De allí que en todas partes del mundo el brindis sea la conmemoración simbólica más alta y noble de la amistad.

Incluso el famoso vikingo, Eric el Rojo, apodado así no sólo por su crueldad y salvajismo en el arte de derramar sangre en los asaltos, sino por el de “derramar el vino” entre amigos y mujeres durante los festejos saturnales, dijo alguna vez: 

“Desconfía –o al menos ten la sospecha- de aquel amigo que, en el seno de un festejo se niegue o evada chocar su copa con la tuya, puesto que es seguro que algo malo u oscuro trama hacer contra ti”. 

Por Eric el Rojo, por esta bella leyenda, por el solo placer de hacerlo y, especialmente, por ninguna razón del mundo  debería  impedirse que dos amigos que glorifican el  sublime arte de la amistad, bebiendo entre  hipos y sonrisas, el exquisito néctar de los dioses... choquen los cálices de la vida y de la inmortalidad –aunque sean del más delicado y perfecto cristal de Bohemia- cuando sus espíritus jocosos, hermanados por el fino bouquet de los tintillos, se unan y conjuren en la sagrada hora de brindar y sean… uno para todos... y todos para uno.

 Hugo Cuccarese


La garra del dragón,
¿o el dragón desgarrado?

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