La flor sobre la piedra
A mi juicio -y sólo a mi juicio- el refinado y elegante bigote que luce
Charles Bronson en su impenetrable expresión de piedra es, a simple vista,
metafóricamente comparable a la imagen de una flor sobre un terreno escarpado. Semejante
a un trazo caligráfico sobre un papel de arroz.
Este escueto rasgo facial es el
que sin duda alguna volvió delicadamente diferente al actor lituano, allá por
los años ´60 y ´70, donde alcanzó fama internacional; el mismo que logró
alejarlo de la ruda apariencia del típico boxeador, lento y pesado, con vulgar cara
de malo -más para el papel de matón que para el de galán- y lo hizo verse en la
pantalla grande, paradigmáticamente, como el Clark Gable de su generación.
El pétreo, enigmático y siempre eterno Charles Bronson es el hombre de
bronce, tal como lo indican las letras del nombre ficticio que eligió para
sustituir a Buchinsky, su verdadero apellido lituano con el que aparece en los
créditos de sus primeras apariciones, donde todavía no era tan conocido. Su
dorado y recio rostro de guerrero, ligeramente aplacado por la clara
profundidad de unos ojos pequeños, pero intensamente celestes, y por ese fino bigote de gato en el que
descansaba su felino y vital magnetismo, terminó ocupando un lugar destacado
entre los astros más famosos de Hollywood y conocido en su mejor época como el
“Monstruo Sagrado”. Ese atractivo arrollador que engalanaba sutilmente su
vigorosa e impactante presencia, contribuyó decididamente a afianzar su
extendida fama de “actor duro”, el mismo semblante potente y resuelto que
desplegaba en cada una de sus inolvidables escenas de acción.
Frente a las luces y las cámaras
de cine el bigote afrancesado aparece en el rostro suave y apacible de
Clark Gable como un rasgo, típicamente masculino, que endurece sus delicadas
facciones hasta el punto de hacerlas proporcionalmente armónicas y atractivas
para el ojo del espectador; y en el rostro vigoroso y apergaminado de Charles
Bronson, como un rasgo ligeramente femenino, que suaviza su fría y áspera
expresión hasta llevarla a un equilibrio visual casi perfecto.
Es evidente que la pequeña y robusta envergadura de Bronson hubiera
terminado sin garbo ni refinamiento, como la torpe y musculosa figura de un
ochentista Silverster Stallone de no haber encontrado ese toque potente de
suave distinción que inmortalizó en el celuloide el carácter severo de su
rostro y el porte atlético de su figura. (Por algo el actor de “Rocky” y
“Rambo” reconoció públicamente ser un gran admirador del recordado actor, y
manifestó su deseo de dirigir y protagonizar una nueva recreación de su
inolvidable “Vengador Anónimo”).
Esa delgada y magnética mata de vello sobre el labio superior de Gable
convirtió al joven y esbelto actor de cine, allá por los años cuarenta y
cincuenta, en un galán simplemente irresistible. Los suspiros que supo arrancar
en la platea femenina de su época eran producto de esa magia natural que
despertaba en la pantalla sus apasionados y glamorosos besos. El misterioso
encanto de este varonil detalle facial -pero sobre la gruesa boca de Bronson-
despertó contrariamente la admiración del público masculino, que no tardó en
asimilar a su silenciosa figura con la de un paladín de la justicia, (pero de
la justicia por mano propia, claro, de la ley que imponía por la fuerza de sus
brazos y sus puños). Lo que se ve aquí es que el mismo insignificante elemento
estético en la fisonomía que convirtió a uno en el ídolo más aplaudido que ha
dado el cine romántico, hizo del otro, de ese incontrastable opuesto, uno de
los héroes más duros y recordados de las películas de acción. Interesante, ¿no?
El característico bigotito que le dio fuerza y virilidad al adorable
semblante de Gable (cualidades éstas que ya sobraban en la dura faz de Bronson)
es el mismo rasgo maestro que llenó después el encantador aspecto de Bronson,
con un nuevo y refrescante aire de clase
y estilo, (cualidades éstas que ya portaba con creces el suave rostro de
Gable). Es paradigmático, pero visualmente cierto: el vigoroso y alicaído
artificio que masculinizó el rostro de Clark Gable, sutilmente, haciéndolo ver
en la pantalla cinematográfica como un verdadero y excéntrico dandy francés no
es otro que el que feminizó ligeramente el duro rostro de Charles Bronson,
otorgándole así ese aspecto exótico de guerrero samurai que tan bien lucía en
la mayoría de sus interpretaciones.
(Hasta los viejos y temerarios samuráis, hombres que se especializaban
en el arte de la guerra y la espada, considerados los más rudos y despiadados
en la batalla del cuerpo a cuerpo, eran también grandes amantes de la poesía,
la escritura y los arreglos florales, aspectos más relacionados con el lado
suave o “femenino”, si se quiere, del hombre).
Es evidente que en una cara primorosa como la de Gable, la sensualidad
de este lánguido bigote pareciera provocar una leve sensación de “afeamiento”,
la suficiente como para que no lucir, digamos, “todo lindo”, y encerrar la
imagen del actor en papeles sólo de
galanes; pero en una cara no tan
agraciada como la de Bronson, esta misma ornamentación vellosa es la que
contrariamente le ha otorgado a su faz la ilusión de “embellecimiento”, la
necesaria también como para que no verse “toda fea”, y lleve al actor a
interpretar sólo papeles secundarios o de villanos hoscos y vacíos. (Por esta
razón el actor ha aparecido a lo largo de
sus ochenta películas, protagonizando casi siempre –a excepción de
algunas realmente inolvidables- papeles de héroes, justicieros y vengadores).
La increíble potencia que lleva implícita la apariencia de ese adorable
bigotito hizo en el rostro de Gable su marca de acero, y en el de Bronson, su
punto más vulnerable; y de algún modo, también ha logrado modelar -y por cierto
de forma perfectamente acabada- los rostros y los perfiles actorales de estos
dos grandes monstruos del viejo cine de Hollywood a quienes les ha concedido,
sin distinción y en igual medida, ese brillo misterioso e inagotable que aún
hoy luce la imagen de sus legendarias y rutilantes figuras.
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