domingo, 29 de junio de 2014

EL BIGOTE DE CLARK GABLE Y CHARLES BRONSON

La flor sobre la piedra

 A mi juicio -y sólo a mi juicio- el refinado y elegante bigote que luce Charles Bronson en su impenetrable expresión de piedra es, a simple vista, metafóricamente comparable a la imagen de una flor sobre un terreno escarpado. Semejante a un trazo caligráfico sobre un papel de arroz.
Decididamente, una pintura zen.



Este escueto rasgo facial es el que sin duda alguna volvió delicadamente diferente al actor lituano, allá por los años ´60 y ´70, donde alcanzó fama internacional; el mismo que logró alejarlo de la ruda apariencia del típico boxeador, lento y pesado, con vulgar cara de malo -más para el papel de matón que para el de galán- y lo hizo verse en la pantalla grande, paradigmáticamente, como el Clark Gable de su generación.
  
El pétreo, enigmático y siempre eterno Charles Bronson es el hombre de bronce, tal como lo indican las letras del nombre ficticio que eligió para sustituir a Buchinsky, su verdadero apellido lituano con el que aparece en los créditos de sus primeras apariciones, donde todavía no era tan conocido. Su dorado y recio rostro de guerrero, ligeramente aplacado por la clara profundidad de unos ojos pequeños, pero intensamente celestes, y  por ese fino bigote de gato en el que descansaba su felino y vital magnetismo, terminó ocupando un lugar destacado entre los astros más famosos de Hollywood y conocido en su mejor época como el “Monstruo Sagrado”. Ese atractivo arrollador que engalanaba sutilmente su vigorosa e impactante presencia, contribuyó decididamente a afianzar su extendida fama de “actor duro”, el mismo semblante potente y resuelto que desplegaba en cada una de sus inolvidables escenas de acción.
  
Frente a las luces y las cámaras  de cine el bigote afrancesado aparece en el rostro suave y apacible de Clark Gable como un rasgo, típicamente masculino, que endurece sus delicadas facciones hasta el punto de hacerlas proporcionalmente armónicas y atractivas para el ojo del espectador; y en el rostro vigoroso y apergaminado de Charles Bronson, como un rasgo ligeramente femenino, que suaviza su fría y áspera expresión hasta llevarla a un equilibrio visual casi perfecto.

Es evidente que la pequeña y robusta envergadura de Bronson hubiera terminado sin garbo ni refinamiento, como la torpe y musculosa figura de un ochentista Silverster Stallone de no haber encontrado ese toque potente de suave distinción que inmortalizó en el celuloide el carácter severo de su rostro y el porte atlético de su figura. (Por algo el actor de “Rocky” y “Rambo” reconoció públicamente ser un gran admirador del recordado actor, y manifestó su deseo de dirigir y protagonizar una nueva recreación de su inolvidable  “Vengador Anónimo”).

Esa delgada y magnética mata de vello sobre el labio superior de Gable convirtió al joven y esbelto actor de cine, allá por los años cuarenta y cincuenta, en un galán simplemente irresistible. Los suspiros que supo arrancar en la platea femenina de su época eran producto de esa magia natural que despertaba en la pantalla sus apasionados y glamorosos besos. El misterioso encanto de este varonil detalle facial -pero sobre la gruesa boca de Bronson- despertó contrariamente la admiración del público masculino, que no tardó en asimilar a su silenciosa figura con la de un paladín de la justicia, (pero de la justicia por mano propia, claro, de la ley que imponía por la fuerza de sus brazos y sus puños). Lo que se ve aquí es que el mismo insignificante elemento estético en la fisonomía que convirtió a uno en el ídolo más aplaudido que ha dado el cine romántico, hizo del otro, de ese incontrastable opuesto, uno de los héroes más duros y recordados de las películas de acción. Interesante, ¿no?

El característico bigotito que le dio fuerza y virilidad al adorable semblante de Gable (cualidades éstas que ya sobraban en la dura faz de Bronson) es el mismo rasgo maestro que llenó después el encantador aspecto de Bronson, con  un nuevo y refrescante aire de clase y estilo, (cualidades éstas que ya portaba con creces el suave rostro de Gable). Es paradigmático, pero visualmente cierto: el vigoroso y alicaído artificio que masculinizó el rostro de Clark Gable, sutilmente, haciéndolo ver en la pantalla cinematográfica como un verdadero y excéntrico dandy francés no es otro que el que feminizó ligeramente el duro rostro de Charles Bronson, otorgándole así ese aspecto exótico de guerrero samurai que tan bien lucía en la mayoría de sus interpretaciones.

(Hasta los viejos y temerarios samuráis, hombres que se especializaban en el arte de la guerra y la espada, considerados los más rudos y despiadados en la batalla del cuerpo a cuerpo, eran también grandes amantes de la poesía, la escritura y los arreglos florales, aspectos más relacionados con el lado suave o “femenino”, si se quiere, del hombre).

Es evidente que en una cara primorosa como la de Gable, la sensualidad de este lánguido bigote pareciera provocar una leve sensación de “afeamiento”, la suficiente como para que no lucir, digamos, “todo lindo”, y encerrar la imagen del actor en  papeles sólo de galanes;  pero en una cara no tan agraciada como la de Bronson, esta misma ornamentación vellosa es la que contrariamente le ha otorgado a su faz la ilusión de “embellecimiento”, la necesaria también como para que no verse “toda fea”, y lleve al actor a interpretar sólo papeles secundarios o de villanos hoscos y vacíos. (Por esta razón el actor ha aparecido a lo largo de  sus ochenta películas, protagonizando casi siempre –a excepción de algunas realmente inolvidables- papeles de héroes, justicieros y vengadores).

La increíble potencia que lleva implícita la apariencia de ese adorable bigotito hizo en el rostro de Gable su marca de acero, y en el de Bronson, su punto más vulnerable; y de algún modo, también ha logrado modelar -y por cierto de forma perfectamente acabada- los rostros y los perfiles actorales de estos dos grandes monstruos del viejo cine de Hollywood a quienes les ha concedido, sin distinción y en igual medida, ese brillo misterioso e inagotable que aún hoy luce la imagen de sus legendarias y rutilantes figuras.

Hugo Cuccarese


Mis dibujos


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