domingo, 29 de junio de 2014

TÓMESE UNA COPA... UNA COPAA... DE VINO

Cuando un adicto al alcoholismo afirma “ésta es la última copa que voy a tomar” y luego toma otra, y  luego toma otra, y otra, es porque esta supuesta “última” copa no tiene el peso suficiente en su discurso para convertirse, verdaderamente, en “la última” copa. A raíz de esto, todas las copas que sigue bebiendo después de  esta supuesta “última” siguen siendo “las últimas” copas, pero no “la última”,  “la última última”. La cuestión es hacer de toda esa hilera infinita de últimas copas la verdaderamente “ultima”, logrando que esta última copa deje de ser “una copa más”, “una última copa más”.

Cuando el sujeto construye con la bebida alcohólica un vinculo enfermizo y dependiente, es decir, un vínculo neurótico, la posibilidad de disfrutar de la bebida desaparece automáticamente dando paso al surgimiento de  un lazo fantasmático con ella, haciendo que esta ansiada “última copa” nunca llegue a ser realmente “una última” copa, siguiéndole a ella, en casi todos los casos, otras últimas copas, y otras tantas copas, dando comienzo al famoso cuento del nunca acabar. Desgraciadamente en ningún caso este “la”, de “la última copa”, (el principio y el fin de estos encuentros con la bebida) coincide con la muerte de la copa ni con el deseo de beber contenido en ella, pero sí en cambio, en casi todas las veces coincide con la muerte  del que bebe, es decir, con el sujeto que se encuentra como objeto de la bebida, sujetado de por vida a la copa que se resiste a soltar.  

El sentido de este “La” de “la última” copa (escrito así, con mayúscula, para entender mejor su  carácter expansivo y universal) es encerrar toda una sucesión interminable de pequeños “la” que terminan finalmente volviéndose “las”. Cuando alguien decide tomarse “las ultimas copas”, ¿cuántas copas son?, ¿dos, veinte, doscientas? ¿Cuántas copas entran exactamente en las últimas copas? El fantasma de hacer un universal con el pronombre “la” (que no es otro que el del “La” de “La mujer”, que no existe, como decía Lacan) posibilita que en este “La” entren todas las copas juntas, entren todas las “las” copas del mundo. Para el que sufre la imposibilidad de poner fin con la palabra al acto de beber desenfrenadamente no le es posible utilizar el “la” de ninguna última nada como la escritura de ningún  fin. Es como pretender escribir un particular desde un universal.

Para poner un punto final y hacer con ello tope o tapón al cada vez más creciente síntoma de la adicción, (ya sea bajo su forma de “apetito de beber” o de “sed de comer”), hay que convertir el “la” de “la copa” en un “una”, de “una copa”, “una sola”. Pero esto tampoco alcanzaría para poner fin al drama que vive el sujeto encarcelado en esta posición de objeto en la adicción, puesto que después de “una copa” viene “otra copa”, que es, en sí misma, “una copa más”, y esto es, para el que bebe, el comienzo de una nueva serie contable de copas  incontables.

Si se nos permite la expresión podríamos hablar de “El Alfa y La Omega de los bebedores”,  y decir que entre El principio y El fin de la adicción hay un infinito de copas deseadas y de copas bebidas. Sólo articulando el “una sola” (una sola basta, una sola es suficiente para mí) es posible establecer para el sujeto el Principio y el Fin “de todas las copas bebidas y bebibles”, y convertirse “la copa una” en “la copa última”, la “una más” en la “una final”. O el Otro encierra el Principio de las infinitas copas a beber o el Otro es el Final de toda esa posibilidad de copas bebibles.

Tanto la Primera como la Última copa están contenidas en esta “una” de “una sola copa”. Por eso el inconsciente del sujeto que puede decir y sostener en su discurso el “una sola”, el “una sola basta y sobra” no tiene problemas para beber ni para ponerle un límite a la bebida, un tope a la infinita posibilidad de copas posibles de beber. Para contar. La imposibilidad está para el que quiera escribir este “una” de una copa o una lo que sea, ya que matemáticamente solo se puede escribir “uno” (1) no “una”. Por eso en el “una copa” están “todas las copas”, (es la estructura del modelo universal: en el Uno mayor  están contenidos todos los unos pequeños) y por eso está allí también la imposibilidad de librarse de esa serie infinitas de copas bebibles, que se le abre al sujeto que entra y que se pierde en ese universo que llama, que invoca, para quien está en su fantasma en posición de objeto para la copa, el significante “una”.

Para el sujeto que no tiene ningún fantasma con la bebida ni con las copas o con los platos, “una copa es una copa”, no se abre allí ninguna serie inconsciente que ponga en juego ningún infinito fantasmático, ninguna adicción. Solo queda atrapado el sujeto para el que “una copa no es una copa” sino cualquier otra cosa que su fantasma determine como objeto para él, por el significante “copa”.

Si bien utilizamos estas “formas de decir” para decir no-todo, no son especialmente por las formas, sino por el mismo Decir que encuentran aquí, para el sujeto que las dice, el justo y riguroso sentido que le compete. O sea; la posibilidad de poder decir simplemente “no bebo más”.


Hugo Cuccarese


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