Cuando un adicto al alcoholismo afirma “ésta es la última copa que voy
a tomar” y luego toma otra, y luego toma
otra, y otra, es porque esta supuesta “última” copa no tiene el peso suficiente
en su discurso para convertirse, verdaderamente, en “la última” copa. A raíz de
esto, todas las copas que sigue bebiendo después de esta supuesta “última” siguen siendo “las últimas”
copas, pero no “la última”, “la última última”.
La cuestión es hacer de toda esa hilera infinita de últimas copas la verdaderamente
“ultima”, logrando que esta última
copa deje de ser “una copa más”, “una última copa más”.
Cuando el sujeto construye con la bebida alcohólica un vinculo
enfermizo y dependiente, es decir, un vínculo neurótico, la posibilidad
de disfrutar de la bebida desaparece automáticamente dando paso al surgimiento
de un lazo fantasmático con ella,
haciendo que esta ansiada “última copa” nunca llegue a ser realmente “una
última” copa, siguiéndole a ella, en casi todos los casos, otras últimas copas,
y otras tantas copas, dando comienzo al famoso cuento del nunca acabar.
Desgraciadamente en ningún caso este “la”, de “la última copa”, (el principio y
el fin de estos encuentros con la bebida) coincide con la muerte de la copa ni
con el deseo de beber contenido en ella, pero sí en cambio, en casi todas las veces
coincide con la muerte del que bebe, es
decir, con el sujeto que se encuentra como objeto de la bebida, sujetado de por
vida a la copa que se resiste a soltar.
El sentido de este “La” de “la última” copa (escrito así, con
mayúscula, para entender mejor su
carácter expansivo y universal) es encerrar toda una sucesión interminable
de pequeños “la” que terminan finalmente volviéndose “las”. Cuando alguien
decide tomarse “las ultimas copas”, ¿cuántas copas son?, ¿dos, veinte,
doscientas? ¿Cuántas copas entran exactamente en las últimas copas? El fantasma de hacer un universal con el
pronombre “la” (que no es otro que el del “La” de “La mujer”, que no existe,
como decía Lacan) posibilita que en este “La” entren todas las copas juntas,
entren todas las “las” copas del mundo. Para el que sufre la
imposibilidad de poner fin con la palabra al acto de beber desenfrenadamente no
le es posible utilizar el “la” de ninguna última nada como la escritura de
ningún fin. Es como pretender escribir
un particular desde un universal.
Para poner un punto final y hacer con ello tope o tapón al cada vez más
creciente síntoma de la adicción, (ya sea bajo su forma de “apetito de beber” o
de “sed de comer”), hay que convertir el “la” de “la copa” en un “una”, de “una
copa”, “una sola”. Pero esto tampoco alcanzaría para poner fin al drama que
vive el sujeto encarcelado en esta posición de objeto en la adicción, puesto
que después de “una copa” viene “otra copa”, que es, en sí misma, “una copa
más”, y esto es, para el que bebe, el comienzo de una nueva serie contable de
copas incontables.
Si se nos permite la expresión podríamos hablar de “El Alfa y La Omega
de los bebedores”, y decir que entre El
principio y El fin de la adicción hay un infinito de copas deseadas y de copas
bebidas. Sólo articulando el “una sola” (una sola basta, una sola es suficiente
para mí) es posible establecer para el sujeto el Principio y el Fin “de todas
las copas bebidas y bebibles”, y convertirse “la copa una” en “la copa última”,
la “una más” en la “una final”. O el Otro encierra el Principio de las
infinitas copas a beber o el Otro es el Final de toda esa posibilidad de copas
bebibles.
Tanto la Primera como la Última copa están contenidas en esta “una” de
“una sola copa”. Por eso el inconsciente del sujeto que puede decir y sostener
en su discurso el “una sola”, el “una sola basta y sobra” no tiene problemas
para beber ni para ponerle un límite a la bebida, un tope a la infinita
posibilidad de copas posibles de beber. Para contar. La imposibilidad está para
el que quiera escribir este “una” de una copa
o una lo que sea, ya que
matemáticamente solo se puede escribir “uno” (1) no “una”. Por eso en el “una
copa” están “todas las copas”, (es la estructura del modelo universal: en el
Uno mayor están contenidos todos los
unos pequeños) y por eso está allí también la imposibilidad de librarse de esa
serie infinitas de copas bebibles, que se le abre al sujeto que entra y
que se pierde en ese universo que llama, que invoca, para quien está en su
fantasma en posición de objeto para la copa, el significante “una”.
Para el sujeto que no tiene ningún fantasma con la bebida ni con las
copas o con los platos, “una copa es
una copa”, no se abre allí ninguna serie inconsciente que ponga en juego ningún
infinito fantasmático, ninguna adicción. Solo queda atrapado el sujeto para el
que “una copa no es una copa”
sino cualquier otra cosa que su fantasma determine como objeto para él, por el
significante “copa”.
Si bien utilizamos estas “formas de decir” para decir no-todo, no son
especialmente por las formas, sino por el mismo Decir que encuentran
aquí, para el sujeto que las dice, el justo y riguroso sentido que le compete.
O sea; la posibilidad de poder decir simplemente “no bebo más”.
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