miércoles, 25 de junio de 2014

EL CINTURÓN DEL GRAN FLOYD MAYWEATHER JR.

Después de aprobar el pesaje final, cuando los boxeadores ya se encontraban frente a frente, en ese clásico show de miradas impostadas que realizan para el deleite de la prensa y para ir calentando los ánimos de los seguidores y fanáticos, vi al “Money” Mayweather Jr. (como se lo conoce) un tanto risueño y exaltado. Especialmente cuando se colocó frente al joven pelirrojo con los brazos en jarra y empezó a reírse con su clásica sonrisa fanfarrona, mientras mascaba un  chicle, bufonamente, como lo hace un chico socarrón y buscabullas.

Fue esto último lo que me hizo observar el desarrollo de la pelea con más atención que nunca. Sabía, por lo que acababa de ver en el pesaje, que algo particularmente interesante estaba a punto de ocurrir en la noche del combate. 

La  expresión de Mayweather no es intimidante; es provocativa. No lo mira; lo goza. Canelo se mantiene imperturbable. Su frío temperamento le permite soportar estoicamente la burlona sonrisa del campeón. Pero en un momento, al ver la insistente y graciosa forma de masticar la goma de mascar, tal vez le vino el recuerdo de como masticaba Bugs Bunny la vieja zanahoria al son de su clásico “¿Qué hay de nuevo viejo?”, porque repentinamente rompe su pétrea impostura y deja entrever entre los labios un débil hilo de sonrisa.

Durante un tiempo prolongado no se dicen nada, pero se respetan las miradas. Entonces Canelo se da vuelta y con la musculatura del torso completamente rígida, mira al público enardecido y levanta el puño derecho en actitud ganadora, haciendo estallar la fibra de su pequeño y potente bíceps. Es entonces cuando  Mayweather lo toma del antebrazo derecho –se cuelga prácticamente de él- y con una actitud exageradamente aniñada tira hacia abajo, intentando bajárselo, ¡casi como se hace en una pulseada!

Su exaltado ánimo infantil irrita súbitamente Canelo; y le saca el brazo con un movimiento brusco, agresivo. Entonces lo mira desafiante y le hace un gesto con las manos, como diciéndole –porque nunca le contesta, nunca le habla-: “¡Que te pasa, negro! ¡No me toques! ¡No me jodas! ¡Déjame tranquilo! ¿No ves que estoy mostrándole a mi gente lo fuerte que soy?”

Mayweather, en un arrebato de generosidad y en una actitud de aparente sinceridad, le ofrece el cinturón de campeón, y le dice con visible entusiasmo: “¡Tomálo! ¡Agarrá el título! ¡Si si, es tuyo! ¡Acá lo tenés!” Pero el boxeador mexicano lo ignora olímpicamente y vuelve a mirar hacia las cámaras y a entumecer fálicamente su pequeño y fibroso torso, pero esta vez, con el brazo izquierdo doblado hacia delante, en  forma de “L”, para exhibir su intimidante puño, el mismo que –supuestamente- viene hoy a cambiar la historia del boxeo. (El  plan del mexicano es inaudito: su idea es agarrarlo descuidado y demolerlo con un solo golpe)

Pero la sostenida indiferencia de Canelo rebalsa al final la paciencia de Mayweather, quien intenta nuevamente llamarle la atención, esta vez, ¡golpeándole los abdominales con el mismo cinturón!, para decirle a su vez: “¡Hey, hombre! ¡Mira lo que te estoy ofreciendo! ¡Aquí lo tienes! ¡Tomálo si lo querés! Pero es inútil, Canelo no registra absolutamente nada. Se mantiene inconmovible, críptico y silencioso, con la mirada abstraída en la lente de las cámaras, que es –impostado o no-  lo único que mantiene vivo su interés.

Mayweather no comprende el desprecio que exhibe su apático y frío rival hacia el trofeo que, prácticamente, le está  entregando en bandeja, y deriva una mirada fugaz al tipo de saco azul que está detrás de ellos, como buscando complicidad y una explicación que él tampoco parece poseer.

Al ver los reiterados rechazos de su contrincante, Mayweather se queda como sorprendido, visiblemente frustrado, como un niño caprichoso que no ha conseguido llamar la atención, diciendo: “Bue, si no lo quieres... ¡lo seguiré teniendo yo!”, entonces voltea a regañadientes y, enfrentando a las cámaras, levanta el cinturón por encima de su rala cabeza para ostentarlo, delante de todos, y mostrarle al mundo quién tiene y quién seguirá teniendo -o reteniendo- el título de campeón.

Tras este último saludo, Canelo se da media vuelta, un poco molesto, tal vez aturdido por la incomprensible puerilidad de su adversario, y se pierde entre la gente mientras Mayweather se queda parado allí, como absorto, con el cinturón en las manos mirando cómo se aleja.  Una situación extraña, descabellada, inusual para el ámbito del boxeo. Un evento que nos recuerda aquí, tanto por la insistencia de uno como por la indiferencia -o rechazo- del otro, a esa otra escena de enamorados en la que la chica ofendida se marcha dejando al novio plantado con las flores en la mano. El amor y el odio no están exentos de estas rivalidades y luchas por la conquista de triunfos y trofeos. Ya de entrada el territorio sobre el cuadrilátero ha quedado claramente demarcado: el joven divo se irá de la contienda con las manos vacías y el veterano campeón seguirá siendo invencible, por lo menos hasta que alguien logre arrebatarle de las manos el tan  preciadamente temido título del mundo.

Es más, hasta el tipo de saco azul intenta tomar al boxeador por el brazo antes de que éste se retire, con la clara intención de decirle: “¡Veni Canelo! ¡Mirá que el campeón quiere darte el cinturón, eh!”. Pero el mejicanito no sale de su propio mundo. Y dándole la espalda a los dos se marcha en silencio, sin importarle absolutamente nada de lo que ha sucedido allí.

Cuando Mayweather asimila el rechazo de su ingrato rival, se da media vuelta, le dirige una sonrisa cómplice al tipo del saco azul y se va encogiéndose de hombros varias veces, como diciendo: “Y bue... que se le va hacer. ¡No lo quiere! ¡Que se joda! ¡Mejor para mí! El título me lo seguiré quedando yo”.

Todo esto viene a cuento por aquello mismo que dijo el sábado el pelador mexicano, cuando terminó la pelea y explicó su derrota al declarar -y en forma lapidaria-, justamente eso: “¡No lo pude agarrar!”.

Cuando un comentador mejicano le interpela:
-¿Te desesperaste en algún momento?  Él responde:
-No, no me desesperé, no me desesperé. Estaba tranquilo. Pero no lo puede agarrar. Aún así no lo puede conectar.

Cuando le pregunta por la revancha, contesta:
-“Obviamente, esta es una gran experiencia para mi. Voy agarrar mucha experiencia de esto, y veremos... Cuando empieza el primer round es cuando ves la realidad”. (Si la realidad de su fantasma). Y agrega:
-“Es un peleador muy inteligente. Cuando me agarraba, cuando me tenía me picaba los ojos. Y por eso fue mi reacción de pegarle en la pierna... (lo hizo apropósito, de la impotencia que sintió) porque cuando él me tenía agarrado me picaba los ojos”.

La entrevista concluye con la consabida pregunta:
-¿Se le puede ganar a Mayweather?
-“Si si. Debe haber alguna manera para ganarle”.

-¿Y como pensás entonces que se le puede ganar?
-“Bueno, él es un peleador muy inteligente, muy elusivo. Quizás otro boxeador que se mueva igual que él. Las mismas características que lo haga desesperarse.. tal vez pueda ganarle”. (Recordemos que él había dicho dos veces que no se había desesperado)

La frase del luchador pelirrojo durante toda la promoción de la pelea fue: “No lo voy a intentar; lo voy hacer”. Pero al final –como el neurótico por la boca muere- no lo hizo; simplemente lo intentó. Y no pudo, como era de esperarse. (No pudo como no pudo Ortiz cuando lleno de rabia y de impotencia -también por “no poder agarrarlo”-, le pegó un cabezazo en la cara).

Se dice que en otros deportes si tocas el trofeo es mala suerte. Y se ve que Canelo lo sabía, pero al trasladar esa creencia al boxeo -y especialmente a su pelea- la instaló allí mismo, la fundó en ese mismo instante; y lo único que consiguió con ello fue atraerse él mismo la mala suerte que pretendía evitar.

Irónicamente fue para él mala suerte no tocarlo que tocarlo. Pero si Canelo no quiso tocar el cinturón del campeón mucho menos iba a querer agarrar al campeón. Es que tocar el título del campeón es tocar al campeón. Pero Canelo –al igual que muchas otras jóvenes promesas del boxeo- no quiere voltear al Campeón del Mundo, porque inconscientemente no quiere que su ídolo caiga. Y mucho menos de rodillas. Y mucho menos frente a él. Sería muy angustiante tener que matar al padre –con sus propias manos- frente a los ojos de millones de personas que, con expectante avidez, aguardan melindrosos el ocaso del campeón, para ver restituida su presencia en el renacer de un nuevo astro. Por eso es mejor no pegarle demasiado y que los golpes nunca lleguen a tocarlo; la excusa para no agarrarlo jamás y mantener intacta la figura del eterno vencedor le funciona en su discurso perfectamente bien: “él es un peleador muy inteligente, muy elusivo”. Será más bella entonces la esperanza de seguir deseando el título que alcanzarlo con un golpe de una vez, o como dijo él, seguir intentándolo más que hacerlo. Por eso decimos que lo que queda suspendido en esa eterna postergación (o muerto) es el deseo del sujeto.

En este sentido fue muy interesante todo lo que ocurrió a lo largo de la pelea, porque la situación del comienzo se terminó invirtiendo al final: Mayweather parecía un chico y Canelo, el adulto que rechazaba entrar en su jueguito; pero después, sobre el ring, el niño se transformó en padre (el campeón que es en el cuadrilátero) y el supuesto adulto -el que iba a arrancarle de las manos el título del mundo- en el niñito que no pudo agarrarlo. ¿Será que ese intocable y secreto amor que siente Canelo por la figura de su gran ídolo de ébano es más fuerte que su ambicioso deseo de querer ser campeón?

Lo que el boxeador mexicano nunca se enteró fue que en el acto de rechazar el cinturón ya estaba firmando lo que sería su posterior derrota. Mayweather hizo públicamente el gesto de desprenderse del título (nunca se sabrá si fue una broma o una puesta en escena), y para el caso tampoco importa. Lo cierto es el acting que realizó antes de la pelea y el sentido que después se deslizó de allí, entre las cuerdas, para fortuna de un joven infortunado, de un promisorio y displicente Canelo que, lamentablemente, encandilado por las luces de la fama y el espectáculo, no supo ver y aprovechar a su favor.

Canelo se negó a entrar en el juego de Mayweather, y sin darse cuenta –con ese rechazo simbólico- estaba también rechazando el título que, prácticamente, se le estaba regalando.
Tal vez como el traspaso de un don, como un pase de posta o simplemente como un padre que habilita, que dona, le estaba diciendo: te lo cedo, muchacho; te lo entrego en tus propias manos. Acaso, ¿no querés ser El Campeón?

Está claro que Canelo no subió al ring para vencer al campeón, para matarlo simbólicamente con un derechazo al mentón –no esta vez-; por el momento, lo que Canelo quiere hacer es perpetuarlo sobre el ring. No,  todavía no se encuentra preparado para dejar de ser hijo. Por esa razón, debió apretar las mandíbulas con todas sus fuerzas y sacrificar lo que había ido a conquistar esa gloriosa noche: el sueño de ser campeón.

Hugo Cuccarese


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