¿Quién es el Diez?
¿Por qué cada vez que alguien dice “el 10” no se piensa en Bequembauer,
Platiní o en el mismo Pelé? ¿Por qué se ha producido esta identificación sólo
con el Diego? ¿Qué lo une a Maradona con estos dígitos más que a estos otros
jugadores? En otras palabras, ¿qué es lo que mantiene consistente la identidad
entre Maradona y el número diez?
A lo largo de la historia del fútbol argentino hubo jugadores
extraordinarios que llevaron el 10 en la espalda. Alonso,
Bochini, Kempes... (por citar sólo algunos de los mas importantes). Sin
embargo, cada vez que se hace alusión a
“La diez” todos saben (incluidos los que no son hinchas de fútbol) que se trata
de la camiseta de un sólo jugador: Diego Armando Maradona.
Hoy todo el mundo sabe que la Diez de la Selección es de Diego, y que
una fuerza semántica invisible lo enlaza con el numero perfecto. Esto se ha
popularizado tanto que parece no haber otro Diez que no sea Maradona. Ni
siquiera Mario “El matador” Kempes, quien galardonó la celeste y blanca con su
nombre cuando salió campeón del mundo del 78´, logró alcanzar tal distinción.
Con esa misma expresión que usaban los hindúes para manifestar la
espiritualidad del hombre piadoso que lograba la unión suprema e indisoluble al
ser “Uno con Dios”, podemos decir que Diego ha logrado forjar, de modo similar,
un lazo místico equivalente al ser “Uno con la Camiseta”.
Utilizamos aquí esta antigua expresión religiosa para denotar algo que
también tiene relación con un aspecto religioso. No olvidemos que la máxima
identificación entre el nombre y el número (de la que ya hemos hablado en el
capitulo anterior) tiene sus raíces en las viejas tradiciones del judaísmo.
Es tan poderoso el vínculo que se ha formado entre el número perfecto y
el crack argentino, que él, de modo muy natural, hasta lo incluye en su firma
como si fuera parte de su nombre. El escribe Diego debajo de la “M” de Maradona
y “(10)” debajo de Diego; y lo pone así, entre paréntesis, como si quisiera
ubicarlo dentro de una esfera de cristal, haciendo honor a la perfección del
dígito que lo identifica.
Hasta aquí un vistazo rápido y superficial de su rúbrica. Pero si
observamos bien, podemos ver que lejos de la perfección del círculo, aparece el
paréntesis de la derecha exageradamente grande con respecto al otro. ¿Es esta
extraña deformación en los signos que mantienen celosamente encerrado al número
10 un efecto de la velocidad y el
descuido con que se suele firmar o hay aquí alguna otra cosa que nosotros
desconocemos? Veamos pues.
Él comienza su nombre con una D firme e importante, que resuelve con
gran simplificación y claridad. Luego usa un pequeño y solitario trazo para la
i que sigue, pero cuando escribe la letra E lo hace al revés de lo normal, como
si fuera el número 3 o una letra B abierta, y vuelve hacia la derecha para
unirla a la letra siguiente. La cuestión es que él diseña esta G amplia y bien
estirada, para crear el espacio necesario y poder cruzar sobre ella el trazo
transversal del paréntesis que realiza al final. ¿Para qué? Muy simple. Para
escribir de un plumazo sobre esta misma g abierta, una nueva letra. ¿Cuál? La
letra “z”; que, casualmente, viene a formar la palabra “Diez” sobre la palabra
“Diego”. Veamos como se ve la firma, si quitamos la letra “o” que sobra.
Ahora sí en la rúbrica puede leerse “Maradona Diez (10)”. Recordemos
que la “o” que queda afuera, es la letra que representa el número 0 y, como
todos saben, el cero a la derecha, suma.
Diego no utiliza el paréntesis solamente para encerrar el 10, sino para
escribir otra cosa: la confirmación en letras de lo que puso en números. Es
como si él quisiera que todo el mundo se enterara de quién es el único diez, y
para ello no alcanza con poner el número
debajo de su nombre, tiene que ponerlo también en letras, y sobre él.
Cuando Diego muere por hacer un gol y no llega con el pie, ni con la
cabeza, no lo duda: lo dibuja con la mano. Como aquí; que escribe con su puño y
letra una línea transversal sobre la letra G. La lectura que surge a todas
luces de este acto, ejecutado involuntariamente, es que Diez y Diego “son uno”.
Otra forma de hacer un golazo; “gol–lazo” (un gol hecho con un lazo, pues la
mayor parte de sus tiros tienen esa misteriosa forma elíptica o de gancho).
Lo cierto es que otra vez a Diego “se le va la mano”. Y vuelve a hacer
con ello algo sorprendente. Por lo general acostumbra a firmar con la zurda del
hombre, pero cuando produce estos lapsus calami (de escritura), es la
mano de Dios la que afirma la perfección del Diez en la imperfección del Diego.
Pero lo más interesante de esto es que
la z del Diez no la escribe sobre cualquier letra, sino sobre la misma g
de “gol”. Del famoso “Diegol”.
Por otro lado, si observamos bien, hallaremos en el autógrafo otro
detalle tan significativo como el que acabamos de descubrir. El paréntesis que
atraviesa la g mayúscula de Diego se trasforma automáticamente en una g
minúscula, si suprimimos el rasgo superior que une la E con la G. Veámoslo.
Este trazo curvo, en apariencia exagerado, defectuoso o extrañamente
desproporcionado que escribe Diego con la zurda, sobre la letra g, y que
reafirma en la D inicial, es la comba perfecta, la parábola o trayectoria exacta que “d–escribe” el balón cuando sale
de su pie izquierdo. (Ver “El gol áureo”).
En este sentido, el distintivo gancho de esta g minúscula, abierto
y desviado hacia la izquierda, es el
mismo rasgo singular que aparece plasmado simétricamente –en forma invertida-
en la cresta de la letra d minúscula de Maradona, diseñada a semejanza de la
caligrafía que utilizaba Leonardo para escribir la d minúscula de su nombre
(cuya firma puede verse en el margen inferior derecho de la portada de la
presente obra).
Tanto el óvalo de la “g” (de Diego) como el de la “d” (de Maradona) son
una clara alusión a la pelota, así como el eje de la primera y la cresta de la segunda,
desviados ambos hacia la izquierda, denotan el camino imaginario que la lleva
hasta el arco; ese famoso y desconcertante “efecto” con el que Diego ha
inmortalizado en la historia del fútbol sus mejores goles.
En el apartado anterior vimos la derivación semántica que se desprendía
de Dieguez, Diez y Diego, pero lo que ocurre aquí es algo muy distinto. Es el
propio Maradona el que transforma en un acto impensado el número perfecto en su
nombre, por medio de la reescritura de la letra G, demostrando con ello lo que
explicábamos al comienzo sobre la relación que existe entre el ser y el nombre
del ídolo.
En resumen, lo que Maradona firma y afirma es la letra z, la que, como
afirmábamos, le pone peso al Diez. Por eso aprovecha la curvatura del
paréntesis para hacer con ella un sello personal, una marca registrada, como la
marca del zorro. Pero es la estocada de su pluma la que reafirma su ser con “la
z del diez”.
Si Diego escribe con letras el Diez, en su nombre, y luego aparece el
número 10, en medio del nombre de Dios, es clara la significación que se pone
aquí de manifiesto. Y más cuando la signatura que acabamos de analizar se
encuentra en su libro autobiográfico, justo debajo del título: “Yo soy el Diego
de la gente”. Cosa que habría que leer, más correctamente: “Yo soy el Diez de
la gente”. O mejor aún: “Yo soy el D1OS (...)”.
Lo que nos revela su firma, a través de este lapsus, no es otra cosa
que el potente deseo que tiene Diego por ser perfecto como el número Diez. Pero
el único 10 que hay es su alter ego Maradona, que es Dios –el del fútbol-; ni
siquiera él (con su ambición de mortal) puede volver a ocupar ese lugar de
excepción, destinado, ahora, sólo al mito y al recuerdo.
Es obvio que no en todas las
firmas Diego comete este mismo lapsus. Lo llamativo es que hayan elegido,
justamente ésta (en la que sí aparece), para exhibirla en la primera página de
su libro. Es como si fuera el velo que al mismo tiempo, oculta y rebela, la esencia de lo que implica ser El Diego.
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