sábado, 8 de noviembre de 2014

EL DÍA QUE EL AGUA TAPÓ AL GOBERNADOR

“Ahora dices que estás solo, que lloras toda la noche.
Bueno, puedes llorarme un río. Llórame un río.
Yo he llorado un río por ti.”…
Cry Me A River
(ELLA FITZGERALD)
Canción

El cuatro de noviembre, coincidentemente con el día que la ciudad quedó anegada bajo el temporal que azotó Buenos Aires, el Gobernador de  la Provincia cometió un pequeño e insignificante error que, al intentar disimular, podría convertirse en el error de su vida. ¿Será esto una exageración de nuestra parte? Nadie lo sabe. (Pero según parece la oposición ya ha aprovechado el polémico suceso para pedirle el juicio político por incumplimiento de los deberes de funcionario público).


L
o cierto  de este asunto es que si Scioli se empecina en utilizar el desliz que se vio en el video que explotó en las redes sociales durante el temporal que dejó a más de 5000 evacuados en la Provincia para atacar tonta y locamente a Sergio Massa, el precandidato a presidente del Frente Renovador, y pretender con ello obtener un rédito político para posicionarse de cara a las presidenciales el año próximo, sí podría poner en riesgo su credibilidad ante la gente.

Parece que otra vez el agua vuelve a tapar a Scioli. Pero esta vez, metafóricamente. No como en aquél fatídico accidente que tuvo  durante la carrera mundial de Off Shore en la costanera de Buenos Aires (1989) en el que perdió el brazo derecho y se salvó de milagro. ¿Se salvará esta vez también? Nadie lo sabe.

¿Qué pasó ahora? Bueno, según lo afirma el propio Scioli, alguien de la oposición le hizo una mala jugada con la expresa intención de destruir su imagen pública: le mandaron a alguien especialmente para escracharlo vestido con ropas deportivas durante un partido de “futsal”, en la que se lo ve más preocupado por la situación de gol de su equipo que por los inundados que estaban esperando los colchones, los pañales y la leche en polvo para su familia.
 
El desliz que cometió el mandatario provincial el día de la inundación fue un detalle, que no fue menor. Infortunadamente estuvo 30 minutos en el lugar equivocado. Es evidente que ese día a Scioli lo pudo su pasión por el deporte. Él mismo lo confesó públicamente: “Pasé a saludar. Porque era un campeonato que había una expectativa, que juegan distintas provincias, y a mí el deporte me hace bien a mi salud”.

Lo traicionó su amor al deporte, decimos, que en su caso particular, por el accidente que tuvo aquella vez con la lancha, representa el amor a la competencia, el amor por ganar, por obtener el título, es decir: el amor a sí mismo. Fue breve, tonta, impensada, pero decididamente obscena la escena que anegó ese día todas las pantallas y canales de televisión. Sin tino, sin tomar conciencia de la situación, o tal vez sin preocuparse demasiado del impacto que podía tener para aquellos que todavía estaban en ese momento sufriendo las inclemencias del temporal, el gobernador Scioli fue filmado con ropa deportiva, nada menos que cuando la gente estaba tapada por el agua. De verdad. ¡Qué lapsus más infortunado!

El gobernador se defiende del polémico video diciendo que pasó a saludar a la gente de Rosario, que se disculpó por no poder jugar el partido, y que se sacó una foto de recuerdo y se volvió directo para La Plata.  Y sorprende que de inmediato diga: “Si algunos están nerviosos porque no le están saliendo bien las cosas como pensaban que le iban a ir… (expresión que demuestra su completa alienación al discurso del padre -que es Néstor- cuando soltaba su famoso “estás nervioso, Clarín”) y dicen que son la renovación, que son el cambio, que son el futuro, que son los que hacen a la nueva política de no agresión, y se la pasan haciendo estas cosas… desde el primer momento de la tragedia, se la pasaron hablando de las obras que habían hecho, acusando a todo el mundo, sin admitir sus propias responsabilidades”.

¿Será que él sí puede diferenciarse de Massa y admitir en esto su propia responsabilidad? O ¿Será que el pez por la boca muere? –Digo, por expresarlo de algún modo-.  Scioli dice que se quedó en la cancha de futbol nada más que 30 minutos, y les jura a todos que “no jugó ni un minuto el partido”. Él dice que si se hubiese quedado allí una o dos horas, entonces sí hubiese sido otro cantar, pero según él, como fue apenas media horita nada más, no considera que sea tan importante como para que la oposición lo acuse de no preocuparse por la gente y no estar en el lugar donde más se lo necesita, como si eso pudiera cambiar algo la situación de su desubicación.

Repetimos, Scioli estuvo unos  minutos en el lugar equivocado. Pero su ego lo lleva a defender torpemente ese lapso de tiempo que le dedicó a estar presente en el lugar donde se encuentra a sí mismo, arremetiendo, fría y desconsideradamente: “Todos saben que el deporte forma parte de mi vida. Ojalá, hubiese podido hoy hacer una hora cuarenta minutos de deporte, como hago día por medio, no lo pude hacer, porque no estaba con la cabeza…”

Vale aclarar aquí que no ponemos en cuestionamiento los esfuerzos que hace y que seguramente ha hecho Scioli a lo largo de su vida política por intentar  resolver problemas de la gente. El hecho es que el señor gobernador nunca debió estar en ese country de Pilar para desestresarse. No debió estar ni un solo minuto en ese lugar de recreación personal, jugando -o mirando siquiera- un partido de fútbol mientras distintas zonas de la Provincia sufría inundaciones.


A Scioli lo traicionó su pasión por el deporte, decimos, y no sin razón. Por eso no pudo evitar (ni siquiera ese día) “pasar a saludar” a los pibes que jugaban el campeonato.  La gente que tenía el agua hasta la mitad de la casa necesitaba que el gobernador –ese mismo día-  pudiera olvidarse  –y solamente por ese día- de sí mismo y de ese amor incondicional que siente por el deporte, para entregarse a ellos en forma íntegra y total, como la situación lo requería. Pero en lugar de eso, va y le dice a un periodista: ¿A vos te parece mal que pase a saludar, -media hora-, en medio de una jornada que fue para mí dramática, por las dificultades que tuve en la vida? Escuchar esto es lo que más entristece. ¿Por qué salir con los botines de punta y a defender lo indefendible? Por eso decimos: Gobernador; mientras usted estaba viendo el partido lo que estaba en juego era la vida de la gente. Por eso no  se puede sostener esta posición frente a  las personas que estaban con el agua hasta el pecho, sin luz y sin alimentos. No se puede. Humanamente, éticamente, sencillamente, ¡no se puede!


Para aquellos que como yo tuvimos la suerte de no sufrir el desastre que causaron las lluvias torrenciales, ver a Scioli dedicando media hora de su tiempo a realizar esta actividad tan placentera que encuentra en el deporte, cuando seguramente se ha dedicado muchos años a trabajar para la gente de una forma sincera y abnegada, es algo menor, insignificante, (insisto, para  los que no sufrimos el problema), pero para la gente que sí vivió en carne viva la sudestada, necesitaba que el gobernador -ese día y sólo por ese día- se olvidara por completo de sí mismo y de sus pequeños placeres, y dedicara de lleno a estar con la gente que sufría el drama de la inundación. Si bien es cierto que 30 minutos parecen no ser nada -como él alega-,  en el contexto de la tragedia, y para la gente que tenía el agua en el cuello, ¡30 minutos es suficiente tiempo para que el agua le tape  la cabeza! ¡Y se muera! Esta es la insensibilidad que muestran nuestros políticos y que a veces arrecia como la furia de las nuevas lluvias.

Miren si hablamos de pasión, -y supongo que esto es lo que más indigna-, que en el programa de televisión Intratables, Scioli se pasó exactamente media hora defendiendo esos 30 minutos que se dedicó a sí mismo, justamente el día en que tenía que dedicarse  a estar las veinticuatro horas con la gente que perdía su casa y todas sus cosas.

Porque nunca se vio algo así: un Scioli desconocidamente apasionado, enérgico, febril, argumentando a viva voz, en un programa de televisión y con inusual verborragia, que le brindó  el insignificante uno por ciento de su tiempo a cumplir con lo que le hace bien a su salud, y el noventa y nueve por ciento a intentar resolver los problemas de los damnificados; pero hay que entender que hay gente que perdió el noventa y nueve coma nueve por ciento de su casa y de sus cosas, y que le pedía  al señor gobernador que destine para ellos ese mismo insignificante uno por ciento de su tiempo -que tanto se desespera en defender-, para  llevarle ropa y alimentos, o simplemente, para dar la cara y mirarlos a los ojos. Lo que la gente le reprocha a Scioli es que haya decidido utilizar (en el momento exacto en que la gente la estaba pasando mal) ese uno por ciento de su tiempo para hacer lo que a él le hace bien; eso que, justamente, no puede dejar de lado ni siquiera un minuto. –Bueno, 30 minutos-.   

De todas formas, creemos que siempre es mejor reconocer un error de 30 minutos –y en un minuto- que defenderlo toda su vida, y con esa misma irrefrenable pasión con la que se entrega a las actividades deportivas.  Los mismos periodistas contaban que jamás habían visto a Scioli defenderse a sí mismo con tanta vehemencia: ni cuando lo martirizaba Néstor ni cuando lo ninguneaba la misma presidenta. Jamás se había visto el Talón de Aquiles del gobernador tan púbicamente expuesto y brillando –tristemente- con tanta nitidez.

Desgraciadamente, el gobernador Scioli  no  utilizó esa media hora que estuvo hablando en televisión para reconocer este desafortunado  gesto de ponerse “los cortos” para estar un ratito con los pibes. Por el contrario, Scioli utilizó precisamente ese mismo tiempo para defenderlo a brazo partido y culpar al massismo de “organizarle una burda operación política”, según parece, con la expresa y maliciosa intención de desprestigiarlo. ¡Buuhhhhh!

Para colmo, para mal de males, dice que él ya lo sabía porque le habían avisado. Le dijeron que la gente de  Massa le iba a mandar  un  tipo para tomar imágenes y subirlas a las redes sociales, y él, desafiando esta emboscada política, redobló la apuesta y se mandó igual. Su idea –según expresa- era desenmascararlo a Massa y mostrarle a la gente la vileza de esta  maniobra política de la que estaba siendo objeto. El problema es que en lugar de reconocer su equivocación y disculparse, él defiende su postura neciamente, y a ultranza, cuando sería mucho más beneficioso y redituable para él, para subsanar su error, si se hiciera cargo de lo que hizo sin echarle la culpa a nadie. Y menos a su principal opositor.

Si en lugar de defender su pequeño goce por el deporte Scioli se hubiera manejado de otra manera, tal vez utilizando su discurso inteligente y estratégicamente, como tan bien supo hacerlo desde que se inició en la política, y hubiera dicho, por ejemplo, algo así como: Perdón, no me di cuenta, no pensé que podía ser tan grave. Mi intención era solamente  desenchufarme un rato del problema.  Lo reconozco. Fue un error. Una ingenuidad de mi parte creer que podía despejar mi mente mirando unos minutos para otro lado. Una respuesta más o menos como esta sin duda hubiera descomprimido la situación rápidamente y minimizado el problema.    

Si hubiera reconocido su error diciendo algo así (error que negó rotundamente  por calificarlo de insignificante), no lo hubiera alcanzado la crecida del río y tapado como le ocurrió a la gente de Luján. Hasta un periodista del panel de Intratables se lo dijo, y muy cortésmente: “El hecho de estar vestido como jugador de fútbol, Daniel, es un gesto que por ahí a mucha gente, en un día muy sensible,  por más que haya jugado o no, le molesta. Por ahí es… un error.” Y él a esto responde, otra vez, con los botines de punta: “Yo no jugué el partido ni un minuto. Pude haber estado media hora. Nosotros no andamos revoleando culpas”.

En este punto, mejor le valdría a Scioli recordar lo que vivió momentos después del accidente que tuvo con la lancha, cuando dijo en Radio 10 al negro Oro: “Estaba desangrándome en el río Paraná y con un futuro de incertidumbre. Mire que coincidencia: si en ese momento no reconocía y negaba mi problema, no hubiera salido adelante”.  Y repetimos: ¿será que el pez muere por la boca? ¿O pensará Scioli realmente que las más de 1.500 personas evacuadas que no pueden volver a sus casas están tan atiborradas de problemas que no pueden  oler la basura que sus dirigentes tratan de esconder debajo de la puerta de sus opositores? El viejo Heráclito diría de él: “No puede sumergirse dos veces en el mismo río”.

Ya con los ojos rotos de ver a la gente llorar un río, apenas puedo imaginar la escena si fuera yo el que tuviera que pasar por eso y hundirme en esas lágrimas. Supongo que cuando uno está perdiendo su casa bajo el agua debe contar los minutos que pasan como si fueran los últimos latidos de su corazón. Y entiendo que  los inundados, al borde del colapso, le estaban demandando al gobernador (y como una verdadera demanda de amor) que les diera TODO, todo lo que un político en su posición debe  darle a la gente que, de un día para el otro, se encuentra que nada en la nada. Eso es todo lo que los damnificados le pedían a Scioli: Su tiempo. Pero TODO su tiempo.  

Si los vecinos estaban perdiendo su casa y todas sus pertenencias más preciadas, ¿cómo es que el gobernador de la provincia no puede perder 30 minutos de su valioso tiempo?  Es evidente que su satisfacción personal está por encima de las necesidades de la gente. Y esto, para los afectados, se traduce en una sola expresión: “Primero pensó en él y después en los demás”.



Los tiempos cambian, -y cambian, literalmente-. Gracias a la inédita magnitud que ha alcanzado esta sudestada, muchos barrios quedaron bajo el agua, destruyendo gran parte de los hogares y de la vida de muchas personas que viven en lugares que son fácilmente inundables. Claro que esto no ocurriría si el Estado hiciera una planificación estratégica preventiva, como corresponde, y se utilizaran los recursos económicos en beneficio de los que más lo necesitan y no de los que manipulan esas transacciones haciendo negocios para sus propios bolsillos. Pero la contracara de este gravísimo problema que sufren muchos argentinos es que los políticos que deberían hacer de su trabajo un apostolado, una vocación, una entrega incondicional, nunca están ahí al pie del cañón, donde la gente más desprotegida se halla abandonada, aunque no sea más que para sentirlos cerca, como cuando los niños necesitan de la presencia y el calor de sus padres; aunque no puedan resolverles el problema de inmediato, pero ellos, anegados por sus propias ansias de poder, no ven lo importante que es para esa gente que estén allí, con ellos, dando la cara,  poniéndole el hombro al desastre y poniéndose el piloto y las botas (en lugar de la ropa deportiva) para estar a tono con la situación, mimetizado y comprometido profundamente con el drama de los vecinos. Solo así podrían obtener la credibilidad que esperan encontrar en la acuosa vacuidad de sus discursos.

El gobernador bonaerense cometió un pequeño error durante 30 minutos, y como si esto fuera poco, estuvo ese mismo tiempo defendiendo desbocadamente ese mismo error,  transformando lo que podría haber sido simplemente un pequeño error, en un gran error. Eso ocurre cuando nos tocan el goce que no estamos dispuestos a ceder. Ese que nos termina embarrando hasta el cuello, como le ocurrió a Scioli el día de la inundación, y lo terminó hundiendo en las pantanosas arenas de la habladuría, o mejor dicho, de la “politiquería” (política de porquería).  Ya ven. Y todo por sostener sus dorados e intocables 30 minutos de narcisismo.

Y todo parece ocurrir por esa sucia y vil campaña política que utilizan la mayoría de nuestros destacados dirigentes para defenderse y para atacarse entre ellos mismos, como si fueran hienas carroñeras que matan o mueren en la oscuridad de su cegata ambición, solamente para engrandecer sus arcas políticas con un voto más, muchas veces, pagando un precio muy alto, o hundiéndose solo, (como en este caso). Porque en vez de cubrir las necesidades de la gente que más los necesita, no las cubren, las tapan. Las tapan como las tapó el agua. Y las tapan con una insensible capa de indiferencia que dura, en algunos de ellos, más o menos, aproximadamente, unos 30 minutos.

Por eso, por todo eso;  rememorando la letra de esa bella e inolvidable canción de Ella Fitzgerald, la reina de las reinas, podría decirle al señor gobernador, y en nombre de todos los que lloraron un río:

“Y ahora dices que me amas...
Bueno, sólo para probar que es verdad.
¡Vamos! Llórame un río.
¡Llórame un río!
Nosotros… hemos llorado un río por ti.”

HUGO CUCCARESE

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